Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Sintió mucha pena cuando Tita se lo informó. Ella había regresado con la intención de
mostrarle a Mamá Elena que había triunfado en la vida. Era generala del ejército
revolucionario. Este nombramiento se lo había ganado a pulso, luchando como nadie en el
campo de batalla. En la sangre traía el don de mando; así que en cuanto ingresó al ejército,
rápidamente empezó a escalar puestos en el poder hasta alcanzar el mejor puesto, y no sólo
eso, regresaba felizmente casada con Juan. Se habían encontrado después de haberse dejado
de ver por más de un año y entre ellos había renacido la misma pasión que la del día en que
se conocieron. ¡Qué más podía pedir una persona! Cómo le gustaría que su madre la hubiera
visto y cómo le gustaría volverla a ver, aunque sólo fuera para que le indicara con la mirada
que era necesario que utilizara la servilleta para limpiarse los restos de chocolate en los
labios.
Este chocolate estaba preparado como en los viejos tiempos.
Gertrudis lanzó una plegaria en silencio y con los ojos cerrados, pidiendo que Tita viviera
muchos años más cocinando las recetas de la familia. Ni ella ni Rosaura tenían los
conocimientos para hacerlo, por lo tanto el día que Tita muriera moriría junto con ella el
pasado de su familia. Cuando todos terminaron de cenar pasaron a la sala, donde dio
comienzo el baile. El salón estaba perfectamente iluminado por una colosal cantidad de
velas. Juan impresionó a los invitados tocando de maravilla la guitarra, la armónica y el
acordeón. Gertrudis llevaba el ritmo de las piezas que Juan interpretaba golpeando el piso
con la punta de su bota.
Lo miraba orgullosamente desde el fondo del salón, donde una corte de admiradores la
tenía rodeada, asediándola con preguntas sobre su participación en la revolución. Gertrudis,
con gran soltura, mientras fumaba, les narraba fantás ticas historias de las batallas en las
que había participado. En ese momento los tenía con la boca abierta contándoles cómo había
sido el primer fusilamiento que ordenó, pero sin poderse contener, interrumpió el relato y se
lanzó al centro del salón donde empezó a bailar con donaire la polka Jesusita en Chihuahua,
que Juan interpretaba magistralmente en el acordeón norteño. Con liviandad, se levantaba la
falda hasta la rodilla, mostrando gran desenfado.
Esta actitud provocaba comentarios escandalosos de las mujeres ahí reunidas.
Rosaura le dijo en el oído a Tita:
-Yo no sé de dónde sacó ese ritmo Gertrudis. A mamá no le gustaba bailar y dicen que
papá lo hacía muy mal.
Tita levantó los hombros en señal de respuesta, aunque ella sabía perfectamente de quién
había heredado Gertrudis el ritmo y otras cosas. Este secreto pensaba llevárselo a la tumba,
pero no lo pudo hacer. Un año más tarde Gertrudis dio a luz a un niño mulato. Juan
enfureció y amenazó con dejarla. No le perdonaba a Gertrudis que hubiera vuelto a las
andadas. Entonces Tita, para salvar ese matrimonio, confesó todo. Por fortuna no se había
atrevido a quemar las cartas, ahora sí que con el «negro pasado» de su madre, pues éstas le
sirvieron perfectamente de prueba para demostrar la inocencia de Gertrudis.
Dé cualquier manera fue un golpe difícil de asimilar, pero al menos no se separaron, sino
que vivieron para siempre juntos y pasando más tiempo felices que enojados.
Así como sabía la razón del ritmo de Gertrudis, sabía la razón del fracaso del matrimonio
de su hermana y de su propio embarazo.
Ahora le gustaría saber cuál era la mejor solución. Eso es lo importante. Lo bueno es que
ya tenía alguien a quien confiar sus penas. Esperaba que Gertrudis se quedara en el rancho
lo suficiente como para que la escuchara y la aconsejara. En cambio Chencha deseaba todo
lo contrario. Estaba furiosa con Gertrudis, bueno, no precisamente con ella, sino con el
trabajo que representaba el atender a su tropa. En lugar de gozar de la fiesta, a esas horas
de la noche había tenido que poner una gran mesa en el patio y elaborar chocolate para los
cincuenta de su tropa.
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