Como agua para chocolate
Laura Esquivel
la separaron del niño. Ahora sabía que no había que establecer relaciones tan intensas con
niños que no eran propios.
Prefirió en cambio proporcionarle a Esperanza la misma alimentación que Nacha había
utilizado con ella cuando era una indefensa criatura: atoles y tés.
La bautizaron con el nombre de Esperanza a petición de Tita. Pedro había insistido en que
la niña llevara el mismo nombre de Tita, Josefita. Pero ella se negó terminantemente. No
quería que el nombre influyera en el destino de la niña. Bastante tenia ya con el hecho de
que al haber nacido, su madre tuviera una serie de alteraciones que obligaron a John a
practicarle una operación de urgencia para salvarle la vida, y quedara imposibilitada para
volverse a embarazar.
John le habla explicado a Tita que algunas veces, por causas anormales, la placenta no
sólo se implanta en el útero, sino que echa raíces dentro del mismo, por tanto, al momento
en que el niño nace, la placenta no puede desprenderse. Está tan firmemente afianzada que
si una persona inexperta trata de ayudar a la madre y jala la placenta utilizando el cordón
umbilical, se trae junto con ella el útero completo. Entonces hay que operar de emergencia,
extrayendo el útero y dejando a esta persona incapacitada para embarazarse por el resto de
su vida.
Rosaura fue intervenida quirúrgicamente, no por falta de experiencia de John, sino porque
no había de otra para poder desprenderle la placenta. Por tanto Esperanza sería su única
hija, la más pequeña y, para acabarla de amolar, ¡mujer! Lo cual, dentro de la tradición
familiar significaba que era la indicada para cuidar a su madre hasta el fin de sus días. Tal
vez Esperanza echó raíces en el vientre de su madre porque sabia de antemano lo que le
esperaba en este mundo. Tita rezaba para que por la mente de Rosaura no se cruzara la idea
de perpetuar la cruel tradición.
Para ayudar a que así fuera, no quiso darle ideas con el nombre y presionó día y noche
hasta lograr que la llamaran Esperanza.
Sin embargo, había una serie de coincidencias que asociaban a esta niña con un destino
parecido al de Tita, por ejemplo, por mera necesidad pasaba la mayor parte del día en la
cocina, pues su madre no la podía atender y su tía sólo le podía procurar esmero dentro de la
cocina, así que con tés y atoles crecía de lo más sana entre los olores y los sabores de este
paradisíaco y cálido lugar.
A la que no le caía muy bien que digamos esta costumbre era a Rosaura, sentía que Tita le
quitaba a la niña por demasiado tiempo de su lado y en cuanto se recuperó por completo de
la operación pidió que inmediatamente después de que Esperanza tomara sus alimentos la
regresaran a su cuarto para dormirla junto a su cama, donde era su lugar. Esta disposición
llegó demasiado tarde, pues la niña para ese entonces ya se había acostumbrado a estar en
la cocina y no fue tan fácil sacarla de ella. Lloraba muchísimo en cuanto sentía que se
alejaba del calor de la estufa, al grado que lo que Tita tenía que hacer era llevarse a la
recámara el guisado que estuviera cocinando, para así lograr engañar a la niña, que al oler y
sentir de cerca el calor de la olla en la que Tita cocinaba conciliaba el sueño. Tita regresaba
entonces la enorme olla a la cocina y proseguía con la elaboración de la comida.
Pero el día de hoy la niña se había lucido, es muy probable que presintiera que su tía
pensaba casarse e irse del rancho, y que entonces ella iba a quedar a la deriva, pues no dejó
de llorar en todo el día. Tita subía y bajaba las escaleras llevando ollas con comida de un
lado a otro. Hasta que pasó lo que tenía que pasar: tanto va el cántaro al agua hasta que se
rompe. Cuando bajaba por octava ocasión tropezó y la olla con el mole para el champandongo
rodó escaleras abajo. Junto con ella se desperdigaron cuatro horas de intenso trabajo
picando y moliendo ingredientes.
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