Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Creyeron que podrían engañar a Mamá Elena sin mayor problema. A su regreso Chencha
le llevó la comida y la probó como siempre lo hacía, pero al dársela a comer a ella, Mamá
Elena de inmediato detectó el sabor amargo. Con enojo lanzó la charola al piso y corrió a
Chencha de la casa, por haber intentado burlarse de ella.
Chencha se aprovechó de este pretexto para irse a pasar unos días a su pueblo.
Necesitaba olvidarse del asunto de la violación y de la existencia de Mamá Elena. Tita trató
de convencerla de que no le hiciera caso a su mamá.
Tenía muchos años de conocerla y ya sabía muy bien cómo manejarla.
-¡Si niña, pero `orita pa` que quiero más agrura, si con el mole tengo! Déjame ir, no seas
ingrata.
Tita la abrazó y la consoló como lo había hecho todas las noches desde su regreso. No veía
la manera 'de sacar a Chencha de su depresión y de la creencia de que ya nadie se casaría
con ella después del violento ataque que sufrió por parte de los bandoleros.
-Ya ves cómo son los hombres. Toditos dicen que plato de segunda mesa ni en otra vida,
¡menos en ésta!
Al ver su desesperación, Tita decidió dejarla ir. Por experiencia sabía que si permanecía en
el rancho y cerca dé su madre no tendría salvación. Sólo la distancia podría hacerla sanar. Al
otro día la mandó con Nicolás a su pueblo.
Tita entonces se vio en la necesidad de contratar una cocinera. Pero ésta se fue de la casa
a los tres días de haber llegado. No soportó las exigencias ni los malos modos de Mamá
Elena. Entonces buscaron a otra, que sólo duró dos días y a otra y a otra, hasta que no
quedó ninguna en el pueblo que quisiera trabajar en la casa. La que más duró fue una
muchacha sordomuda: aguantó 15 días, pero se fue porque Mamá Elena le habla dicho en
señas 'que era una mensa.
Entonces a Mamá Elena no le quedó otra que comer lo que Tita cocinaba, pero lo hacia
con las debidas precauciones. Aparte de exigir que Tita probara la comida antes que ella,
siempre pedía que le llevara un vaso de leche tibia con cada comida y se lo tomaba antes de
ingerir los alimentos, para contrarrestar los efectos del amargo veneno, que según ella,
percibía disuelto en la comida. Algunas veces sólo esta medida era suficiente, pero en
ocasiones sentía vivos dolores en el vientre, entonces se tomaba, además, un trago de vino de
hipecacuana y otro de cebolla de albarrana como vomitivo. No fue por mucho tiempo. Al mes
murió Mamá Elena presa de unos dolores espantosos acompañados de espasmos y
convulsiones intensas. En un principio, Tita y John no se explicaban esta extraña muerte,
pues aparte de la paraplejia Mamá Elena clínicamente no tenia ninguna enfermedad Pero al
revisar su buró encontraron el frasco de vino de hipecacuana y dedujeron que de seguro
Mamá Elena lo había estado tomando a escondidas. John le hizo saber a Tita que este
vomitivo es tan fuerte que puede provocar la muerte.
Tita no podía quitarle la vista al rostro de su madre durante el velorio. Hasta ahora,
después de muerta, la veía por primera vez y la empezaba a comprender. Quien la viera
podría fácilmente confundir esa mirada de reconocimiento con una mirada de dolor, pero
Tita no sentía dolor alguno. Ahora comprendía el significado de la frase de «fresca como una
lechuga», así de extraña y lejana se debería sentir una lechuga ante su repentina separación
de otra lechuga con la que hubiera crecido. Sería ilógico esperar que sufriera por la
separación de esa lechuga con la que nunca había podido hablar ni establecer ningún tipo de
comunicación y de la que sólo conocía las hojas exteriores, ignorando que en su interior
había muchas otras escondidas.
No podía imaginar a esa boca con rictus amargo besando con pasión, ni esas mejillas
ahora amarillentas, sonrosadas por el calor de una noche de amor. Y, sin embargo, así había
sido alguna vez. Y Tita lo había descubierto ahora, demasiado tarde y de una manera
meramente circunstancial. Cuando Tita la estaba vistiendo, para el velorio, le quitó de la
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