Como agua para chocolate
Laura Esquivel
Obviamente el arroz se le batió, la carne se le saló y el postre se le quemó. Nadie en la
mesa se atrevió a mostrar ningún gesto de desagrado, pues Mamá Elena a manera de
sugerencia había comentado:
-Es la primera vez que Rosaura cocina y opino que no lo hizo tan mal. ¿Qué opina usted
Pedro?
Pedro, haciendo un soberano esfuerzo, respondió sin ánimo de lastimar a su esposa:
-No, para ser la primera vez no está tan mal.
Por supuesto esa tarde toda la familia se enfermó del estómago.
Fue una verdadera tragedia, claro que no tanta como la que se suscitó en el rancho ese
día. La fusión de la sangre de Tita con los pétalos de las rosas que Pedro le había regalado
resultó ser de lo más explosiva.
Cuando se sentaron a la mesa había un ambiente ligeramente tenso, pero no pasó a
mayores hasta que se sirvieron las codornices. Pedro, no contento con haber provocado los
celos de su esposa, sin poderse contener, al saborear el primer bocado del platillo, exclamó,
cerrando los ojos con verdadera lujuria:
-¡Éste es un placer de los dioses!
Mamá Elena, aunque reconocía que se trataba de un guiso verdaderamente exquisito,
molesta por el comentario dijo:
-Tiene demasiada sal.
Rosaura, pretextando náuseas y mareos, no pudo comer más que tres bocados. En cambio
a Gertrudis algo raro le pasó.
Parecía que el alimento que estaba ingiriendo producía en ella un efecto afrodisíaco, pues
empezó a sentir que un intenso calor le invadía las piernas. Un cosquilleo en el centro de su
cuerpo no la dejaba estar correctamente sentada en su silla. Empezó a sudar y a imaginar
qué se sentiría al ir sentada a lomo de un caballo, abrazada por un villista, uno de esos que
había visto una semana antes entrando a la plaza del pueblo, oliendo a sudor, a tierra, a
amaneceres de peligro e incertidumbre, a vida y a muerte. Ella iba al mercado en compañía
de Chencha la sirvienta, cuando lo vio entrar por la calle principal de Piedras Negras, venía al
frente de todos, obviamente capitaneando a la tropa. Sus miradas se encontraron y lo que vio
en los ojos de él la hizo temblar. Vio muchas noches junto al fuego deseando la compañía de
una mujer a la cual pudiera besar, una mujer a la que pudiera abrazar, una mujer... como
ella. Sacó su pañuelo y trató de que junto con el sudor se fueran de su mente todos esos
pensamientos pecaminosos.
Pero era inútil, algo extraño le pasaba. Trató de buscar apoyo en Tita pero ella estaba
ausente, su cuerpo estaba sobre la silla, sentado, y muy correctamente, por cierto, pero no
había ningún signo de vida en sus ojos. Tal parecía que en un extraño fenómeno de alquimia
su ser se había disuelto en la salsa de las rosas, en el cuerpo de las codornices, en el vino y
en cada uno de los olores de la comida. De esta manera penetraba en el cuerpo de Pedro,
voluptuosa, aromática, calurosa, completamente sensual.
Parecía que habían descubierto un código nuevo de comunicación en el que Tita era la
emisora, Pedro el receptor y Gertrudis la afortunada en quien se sintetizaba esta singular
relación sexual, a través de la comida.
Pedro no opuso resistencia, la dejó entrar hasta el último rincón de su ser sin poder
quitarse la vista el uno del otro. Le dijo:
-Nunca había probado algo tan exquisito, muchas gracias.
Es que verdaderamente este platillo es delicioso. Las rosas le proporcionan un sabor de lo
más refinado.
Ya que se tienen los pétalos deshojados, se muelen en el molcajete junto con el anís. Por
separado, las castañas se ponen a dorar en el comal, se descascaran y se cuecen en agua.
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