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EDITORIAL

El Bicentenario de nacimiento de Don Bosco nos lanza a todos a vivir un camino de fidelidad ante aquella misma llamada que él sintió, escuchó y que tradujo en su vida. Un año de fiesta por aquel regalo que es “Don Bosco para la iglesia y para su familia”, ha expresado Don Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los salesianos.

No podemos hablar hoy de Don Bosco sin verlo rodeado de tantas personas: la familia salesiana fundada por él, los educadores que en él se inspiran y naturalmente tantos jóvenes, niños de todas las partes de la tierra que aclaman a Don Bosco como “Padre y maestro”. ¡De Don Bosco se puede decir tanto! Sobre todo la confianza en la divina Providencia, la vocación de ser sacerdote de los jóvenes, especialmente de los más pobres; el servicio leal y activo a la iglesia especialmente fiel y obediente al Papa.

Vemos en Don Bosco el servicio que realizó con los jóvenes, siempre con esa firmeza y constancia, aun en las dificultades que se le pudiesen presentar, ese es el Don Bosco con un corazón generoso que “No dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud… Lo único que realmente le interesó fueron salvar las almas”. El carisma de Don Bosco nos lleva a ser educadores de los jóvenes, a usar la pedagogía de la fe, que nos invita a evangelizar educando y educar para evangelizar.

Evangelizar a los jóvenes, no es una tarea fácil de hacer, educar a los jóvenes de tiempo completo es imposible, pero para los verdaderos educadores todo es posible, empezando por los más débiles y abandonados en su ser. Es ahí donde se hace vigente la pedagogía de la razón, fe y amor basado en el “Sistema preventivo” de este gran santo de la juventud… Don Bosco.