clown de narices negras BOLETÍN NUMERO 72 | Page 5

En el imperio romano el mimo o bufón tenía su espacio en el descanso o final de una tragedia y servía solo para “ayudar a secar las lágrimas a los espectadores”, pero siempre el fin en común era el mismo. Sean llamados: clowns, bufones, payasos, titiriteros, volatineros o mimos, compo- nen un grupo que es visto como la parte menos importante dentro de las artes escénicas, sin em- bargo, el ser humano necesita reír, para com- prender, para conocer, para crecer y asimilar la realidad. ¿Y quién no ha imitado alguna vez a al- guien? ¿O no se ha comunicado con las manos y la gesticulación, superando la expresión verbal, el idioma o los ruidos? El ser humano recorrió un largo camino hasta llegar al lenguaje hablado y escrito. Y, sin duda, ese camino recorrido forma parte de nuestro inconsciente colectivo, de nuestra herencia genética. De modo que todo lo que representa el clown tiene su paralelismo y su origen en actividades cotidianas y vitales prima- rias, y ello hace que forme parte del patrimonio cultural más cercano a la mayoría de las perso- nas. En esta y en cualquier otra cultura. El payaso, asociado durante muchos siglos a la figura del mimo, forma parte del teatro, y el teatro es casi tan antiguo como el propio ser hu- mano. Sus raíces se encuentran en las necesida- des de éste, en sus anhelos, sus miedos, sus creencias. Al tener estos como base lo cotidiano, aparece, sin lugar a duda, la imitación, la panto- mima; y en cuanto se trata de caricaturizar, se Página 5