CLASES SIN FRONTERAS CLASES SIN FRONTERAS 3.0 | Page 3
“TIEMPOS DE SILENCIO”
¡Riiiiiiiiiing!
Suena otra vez el timbre del Velsinia que indica el cambio de hora lectiva. Observo desde mi
posición que una abigarrada sucesión de chavales y profesores asciende y desciende las es-
caleras -con la excepción de Manuel, el profe de mates, que, como es gallego, no sé si sube o
si baja- y se mete cada uno en el aula correspondiente. Se cierran las puertas.
Y me quedo solo otra vez en conserjería. Sí, ya sé que es la estancia con mejores vistas del
instituto. Tiene dos ventanas al patio y una puerta al vestíbulo, y también un radiador que
calienta lo suyo. Pero, a diferencia de lo que ocurre en las clases, no tengo con quién hablar.
Y a fe que lo he intentado con lo que más tengo a mano. Por ejemplo, con los rotuladores,
pero me subrayan que no pintan nada en una conversación con personas. También con la
regla, que de tanto medir sus palabras, ha terminado por quedarse muda. El celofán lo in-
tenta, sin resultado, como si se le hubiera pegado la lengua al paladar. A las tijeras prefiero
no hacerles caso, porque son demasiado cortantes cuando intento dialogar con ellas. La gui-
llotina no puede articular palabra, de tan cortada que es. Ahora que no nos oye, les confieso
que creo que ha perdido la cabeza por mí. La silla es demasiado comodona para soltar un solo
término y además arguye que no charla porque no se siente respaldada. Del sacapuntas paso.
Es un tiquismiquis que anda todo el día sacándole punta a todo. Las llaves no dicen tampoco
ni mu, y solo se remiten a que en puerta cerrada no entran moscas. Los clips son tan agarra-
dos que no gastan ni medio vocablo. Un caso especial es el de la fotocopiadora: no hace más
que tragar papel como si no hubiera un mañana mientras suelta unos ruidos muy raros, como
si tuviera un grillo en el estómago que luchara por salir. Y es una copiona, porque su única
forma de manifestarse es vomitando muchas veces lo mismo que pone en las hojas que se
zampa. Diría que es una especie de eco impreso. Ahora que lo pienso, igual se niega a hablar
porque es muy educada y se niega a hacerlo con la boca llena. Total, que con todos ellos me
ocurre como si le hablara a la pared, algo que ya he probado también, no crean. Está más
sorda que una tapia.
Para mi fortuna, con cierta frecuencia tengo tareas fuera de la conserjería y también cada
poco tiempo aparecen por aquí los alumnos, o sus padres, o Toñi, Alfon, José Luis de Secre-
taría o cualquier profe para saludarme o porque necesitan alguna cosa. Y ahora, si me discul-
pan, les tengo que dejar ya, que es la hora de subir a tocar el timbre. Ese sí que grita hasta
desgañitarse, aunque últimamente ha estado un poco afónico. Sería el frío.
Hasta otra.
Alberto Peñisco