Me digo que más adelante en el camino,
habrá seguramente una puerta y quizás
pueda yo cruzar a encontrarme con ella.
Nada da más certeza que el deseo, así
que me apuro por encontrar la puerta
que imagino.
Empiezo a correr con la vista clavada en
el muro.
Un poco más adelante la puerta apare-
ce.
Allí está del otro lado, mi ahora deseada
y amada compañera, esperando, espe-
rándome.
Le hago un gesto, ella me devuelve un
beso
en el aire. Me hace una seña como
llamándome. Es todo lo que necesito. Em-
prendo contra la puerta para reunirme
con ella, de su lado del muro.
La puerta es muy estrecha, paso una
mano, paso el hombro, hundo un poco la
panza, me retuerzo un poquito sobre mí
mismo, casi consigo pasar mi cabeza pero
mi oreja derecha se queda trabada.
Empujo. No hay caso, no pasa.
Y no puedo usar mi mano para torcerla,
porque no podría poner ni un dedo allí...
No hay espacio para pasar con mi oreja,
así que, tomo una decisión...
(Porque mi amada está allí, y me espera...).
(Porque es la mujer que siempre soñé y me
llama...)... Saco una navaja de mi bolsillo y
de un sólo tajo rápido, me animo a darme
un corte en la oreja para que mi cabeza
pase por la puerta. Y tengo éxito, mi
cabeza consigue pasar...
envión y fuerzo mi paso por la puerta.
Al hacerlo, el golpe desarticula mi hombro
y el brazo queda colgando como sin vida,
pero ahora, afortunadamente, en una posi-
ción tal que no puedo atravezar la
puerta...
Ya casi... casi, estoy del otro lado. Justo
cuando estoy a punto de terminar de
pasar por la hendidura, me doy cuenta de
que mi pie derecho se ha quedado
enganchado del otro lado.
Por mucho que fuerzo y me esfuerzo, no
puedo pasarlo. No hay caso, la puerta es
demasiado angosta para que mi cuerpo
entero pase por ella. Demasiado angosta,
no pasan mis dos pies...
No lo dudo. Estoy ya casi al alcance de mi
amada. No puedo echarme atrás... Así que,
agarro el hacha, y apretando los dientes,
doy el golpe y desprendo la pierna.
Ensangrentado, a los saltos, apoyado en el
hacha y con el brazo desarticulado, con
una oreja y una pierna menos, me encuen-
tro con mi amada.
Le digo:
- Aquí estoy. Por fin he pasado. Me miraste,
te miré, me enamoré. He pagado todos los
costos por ti... Todo vale en la guerra y el
amor. No importan los sacrificios... valían la
pena si eran para encontrarse contigo...
para poder seguir juntos... juntos para
siempre...
Ella me mira, se le escapa una mueca y me
dice:
- Así no, así no quiero... A mí me gustabas
cuando estabas entero
Pero después de mi cabeza, veo que es mi
hombro el que queda trabado.
La puerta, no tiene la forma de mi cuerpo.
Hago fuerza, pero no hay remedio, mi
mano y mi cuerpo han pasado, pero mi
otro hombro y mi otro brazo no pasan... Ya
nada me importa, así que... Retrocedo, y
sin pensar en las consecuencias, tomo
@CIOSAD
Dr. Antonio SOFAN GUERRA
Coordinador academico
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