Una cadena de prominentes gigantes verdes, en
la parte oriental de la capital de Colombia, hace
de su paisajismo; un deleite desde todos los
puntos cardinales. Fauna de tierra fría, llena de
armonías, al salir el sol por su posterior. La flora
de paramo, adornada de blancas nubes, y todo
un bosque que se desliza por las faldas de este
cultivo ancestral. Los cerros orientales, desde
Usaquén hasta el Sumapaz, son un equilibrio
cautivador para quien lo desee experimentar.
río Arzobispo, el cual se asoma a 3.200 metros
sobre el nivel del mar, en la Laguna El Verjón.
Los senderos improvisados, están alrededor de
todo el relieve. Algunos son guiados por ecolo-
gistas, conocedores de toda la genealogía de los
gigantes dormidos; algunos de ellos los pueden
encontrar en las agencias de turismo, en el Insti-
tuto Distrital de Turismo o en grupos creados a
través de las redes, que buscan alentar el recon-
ocimiento de este gran espacio donde se puede
Bogotá, es una de las polis del mundo con
respirar aire puro, hacer ejercicio, senderismo, o
grandes privilegios, para el progreso y el disfrute simplemente observar a quien oxigena su vida
del turismo de naturaleza. No solo están los
Cerros, sino más de trece humedales que sobre-
viven junto con el tímido Cucarachero de Panta-
no, el Picocono Rufo o el Tingua Bogotana, sin
tener en cuenta las 115 especies de aves, que se
alojan en sus orillas.
En los cerros y desde lejos, se ve Monserrate y
Guadalupe, dos de los atractivos más visitados
en Bogotá, durante todo el año. Pero si los turis-
tas, quieren sentir la altitud de las montañas,
debe madrugarle, estar a la entradilla del
bosque, junto a los altos edificios en Chapinero o
La Candelaria; y caminar hasta el nacimiento del
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Centro de Investigaciones Oncológicas Clínica San Diego