fue importantísimo porque gran parte del diseño
del FICUNAM, como yo lo sueño y como yo
intento que sea, al menos desde mi persona y desde
mi función, tiene que ver con esa experiencia casi
iniciática que fue el BAFICI de Quintín. Digo “el
BAFICI de Quintín” porque fue el BAFICI que le
dio presencia, visibilidad, acción e influencia a los
críticos. Fue allí donde por primera vez pude
escuchar y ver a Jonathan Rosenbaum, a Adrian
Martin, a Kent Jones o a David Walsh. De algún
modo esa impronta de Quintín en el BAFICI fue
muy inspiradora por algo que te decía antes: si no
hay palabra, si no hay discurso, en algún sentido el
orden de visibilidad que otorga toda imagen se
diluye, se torna difuso, porque la imagen por su
propia consistencia, por su propio carácter
material, dura o vive en torno a su propia duración,
tiene una existencia fugaz, sostenida en su paso, en
su carácter de existencia breve. La diferencia entre
lo que vemos sin la mediación de la cámara es que
lo que está filmado puede volverse a ver, pero creo
que no se retiene desde el orden de los conceptos el
solo hecho de mirar. El cine produce conceptos
pero solamente se llega a enunciar como tal no a
través del acto de ver sino a partir de escribir o
hablar sobre lo que vemos. La participación de la
crítica en un festival impone y evidencia esta
relación entre palabra y plano, discurso e imagen.
Fueron para mí días felices aquel BAFICI al que
iban los críticos, presentaban películas; el Club de
las Películas Perdidas era una idea genial; era un
momento en que todavía Internet no estaba tan
instalado como un lugar de búsqueda de películas
perdidas. Los críticos llevaban películas que no se
conseguían. Ir al BAFICI era como una especie de
viaje de estudios. No era ir a ver películas
solamente, era un campamento de verano en una
universidad, una universidad del cine; el cine se
transformaba en un verdadero acto de conocimiento y tenía mucho que ver con escucharlo a Kent
Jones, a Adrian Martin, a Rosenbaum… Eso le
daba al festival algo que no se encontraba en otros
lugares. Me acuerdo en una ocasión escucharlo a
Quintín hablando con Raúl Ruiz, una de las cosas
más extraordinarias que recuerdo. A veces es más
interesante hablar de las películas que verlas, esto
es algo que se lo he escuchado al propio Quintín, y
rescatar esa pasión vinculada al saber, a este modo
de saber, un saber libertario, no estructurado en
torno a una currícula donde se organizan un
conjunto de saberes en función de una transmisión
necesaria para una determinada ciencia. No. Se
trata de un saber que tiene que ver con este viaje
inmóvil que permite el cine en el que uno se sienta,
no se mueve y la imagen en movimiento mueve al
60
que mira hacia otras realidades. Es importante esta
experiencia del cine ligada al conocimiento y la
cognición. El cine trabaja no solamente en el orden
de los afectos y las emociones, sino también en el
orden de las ideas y las creencias.
En relación a esto lo primero que se estableció en
FICUNAM fue que el presidente del jurado fuera
un crítico; no se dijo así pero resultó ser así: el
primer año fue Rosenbaum; el segundo Hans
Hurch, que no es estrictamente un crítico, pero lo
acompañaba Adrian Martin; el año pasado estaba
Jean-Pierre Rehm que es crítico además de programador de FIDMarseille, y también estaba Dennis
Lim; y este año el presidente del jurado es Cozarinsky, que es director pero también crítico, y está
Robert Koehler. Pero la importancia pasa aquí por
el lugar que tiene la crítica en el orden de dictaminar en última instancia las películas que supuestamente representan más al festival. Los críticos
también están presentes en otras actividades
paralelas que existen desde el inicio, fundamentalmente en la tercera edición y la cuarta, lo que
denominamos “El foro de la crítica permanente”,
actividad asociada con la Cátedra Ingmar Bergman
de Cine y Teatro, una cátedra de la UNAM que
colabora con nosotros.
Para terminar. Si vos fueras el presidente del
jurado de la competencia, ¿a cuál le darías el
premio?
¡Jajaja, eso es muy de hijo de puta! Mi premio
estaría entre El lapso de vida del objeto encuadrado de Aleksander Balagura, Historia de mi muerte
de Albert Serra y Que tu alegría perdure de Denis
Côte, y entraría en di