El fin y el principio. Hay algo que lamento y es
que nunca voy a ser un verdadero espectador para
descubrir mis propias películas. Siempre es una
gran decepción hacer una película. Porque claro,
uno es el único que conoce la distancia entre lo que
tenía en mente al principio y el resultado final.
Robert Bresson decía: “La película es asesinada
una primera vez en el papel. Luego renace a los
ojos del director cuando está ante los actores y el
decorado. Pero después muere y vuelve a nacer en
el montaje”. Me gusta mucho esa idea. Una y otra
vez me digo que hay algo muy hermoso en que uno
confronta el ideal con la realidad y siempre gana lo
real, incluso si es decepcionante. Cuando uno
busca los actores, nunca se parecen a lo que uno
había imaginado, pero sí le dan un cuerpo al personaje, una densidad, porque cuando uno se lo
imagina el personaje es como viento, algo muy
evanescente, sin mucha consistencia. Cuando uno
al principio ve los rushes, las primeras imágenes,
siempre es algo muy deprimente y uno piensa:
“Dios, qué voy a hacer con esto”. Pero después,
como dice Bresson, afortunadamente eso resucita
en el montaje. Es un combate entre la decepción y
la exaltación del proyecto, algo muy raro. Personalmente, siempre me siento muy decepcionado al
final. Pero como la insatisfacción es el motor de mi
existencia termino haciendo otra película. Entonces no está tan mal, es una insatisfacción muy
productiva. Es lo mismo que pasa en la vida: entre
lo que uno quisiera hacer y lo que uno hace
siempre hay una distancia, una diferencia considera