bro quemado. Porque sé que no es la primera vez que te metés eso, ¿no? Los ojos
del chico brillaron bajo la luz; abrió la boca y el chico también, y en un movimiento
espontáneo ambas lenguas ácidas se buscaron y el vodka con naranja podía esperar.
¿Desde cuándo dejaba el alcohol para después? Ahora que espere, porque el chico lo
está devorando con más intensidad con la que él chupa una botella de cerveza des-
pués de esas abstinencias en las que trataba de curarse. Dio un jadeo, estaba hasta la rodilla dentro del inodoro, pero si estaba pisando el
fondo, estaba ocupado para salir. El chico se separó de su boca y la apoyó sobre el
cuello de él, dio ligeros espasmos y lloró en silencio. Algo se quebró de repente en
ese frenesí y él también estaba por llorar mientras seguía descendiendo lentamente
y le aterraba que el chico le dijera “cómo podés hacerme esto”. Si lo dice, se mata ahí
mismo, te lo juro.
Afuera, Bowie cantaba sobre el espacio exterior y ahí estaban ellos: en el cosmos
del vicio y la calentura. Los labios del chico eran suaves y su boca tan cálida como la
cama que preparaba mamá en esa época donde lo quería, húmeda y exquisita como
el primer sorbo de alcohol un viernes.
No estaban en Marte, pero sí en el último planeta, el más frío y oscuro. En Plutón
olía a mierda y desinfectante para pisos; tenía un expendedor de forros al lado de los
lavamanos y su luna fluorescente titilaba. Nadie viajaría a un planeta así, no había
satélites ni luz, lo único que llegaba era Bowie y el débil bla-bla de la gente contenta
que bailaba. El chico, ¿cuál es tu nombre o cómo te dicen?, apoyó la cabeza sobre su hombro,
quiero decirle algo, da un gemido ahogado y vomita sobre la espalda de él, podemos
buscar a tu mamá juntos después de que nos casemos. No le importa ensuciarse. Sin
moverse, pasó los dedos sobre el pelo revuelto del chico y lo abrazó con fuerza mien-
tras se hundía en el inodoro hasta la cintura; con razón el techo le parecía más alto y
el chico estaba encorvado, ¿se habrá dado cuenta?
“Sos una mierda”, escuchó dentro de su cabeza y se resbaló, le quedó un pie dentro
del inodoro y sintió que se humedecía hasta el tobillo. Carajo. Trató de salir pero su
cuerpo estaba ocupado en otras cosas mientras abajo del pantalón estaba quedando
bien duro. Lo saco después.
El chico le rodeó el cuello con sus brazos perforados como terciopelo quemado con
cigarrillo. Qué lástima, che, qué lástima, y siguió adherido a su boca, parecía un ter-
nerito mamando desesperado. No paraban. En Plutón nadie te decía a quién comer-
te ni cuándo parar. Cuántos años tendrá este pibe… No le importó, siguió el juego
aunque de a ratos las huellas del vómito entrelazándose en su boca lo tentaban a
darle un empujón. ¡Pendejo maricón, salí asqueroso!
Pasaron tres minutos o menos, pero ya amaba al chico. Lo amaba por estar ahí, en el
último planeta, y aunque nunca pensó “Uy, pobre de fulano, le voy a hacer compañía”,
ahí estaba: apegándose a su cuerpo como si fuera todo lo que le quedaba. Y puede
que por el momento fuera así. Ya no te queda nada para inyectarte y mamá y papá no
quieren verte así que estoy yo, ¿eh?
Desabrochó el cinturón del chico y se lo acarició todo, esperando una respuesta
buena. Ah… así. Voces familiares. “Cómo podés hacerle esto”, preguntaban, pero
en realidad era “cómo podés hacernos esto”, porque él los jodió a todos cuando se
enteraron que no iba a casarse c on una ella, probablemente con ellos tampoco, con
nadie, con una botella llena quizá. Ojalá pudiera casarse con el chico; chico, casémo-
nos acá. Te amo, ¿sabés?
Todo en su lugar. El agua del inodoro estaba helada y cuanto más se hundía él, más
oscuro se tornaba todo, le llegaba al cuello, “¿Y qué esperás? Si sos una mierda, mi-
rate, hijo”, algo así hubiera dicho el viejo si es que no lo dijo ya. El chico dejaba besos
suaves y cortos sobre su boca y solo se separó de él cuando su nariz estuvo a punto
de rozar el agua. Se miraron a los ojos de nuevo y el chico por primera vez en toda la
noche o en toda su vida, qué sé yo, sonrió. Cosita rica, te adoro y ya no se ve nada.
¿Hay vida en Marte?, se escucha antes de irse por la cañería.
No sé, pero en Plutón te juro que sí.