Chubasco en Primavera N° 13 | Page 4

EL CUBÍCULO DE PLUTÓN SOLEDAD MOLINA NARAVECKIS ¿Cuándo? ¿Cuándo fue que se olvidó del enorme vaso de vodka con naranja que Rulo ya debía tener listo sobre la barra? Vodka con naranja, o solo, o ya ni sabía sabe, porque a esas alturas todo daba lo mismo. Había ido al cubículo del fondo porque era el que menos olía a mierda. El suelo se inclinaba de un lado a otro y él apenas podía mantenerse de pie y caminar. Aunque la música se oía nada, él todavía podía sentir la voz de Bowie cantándole a la oreja, como una madre andrógina cuyo arrorró glam le hacía sonreír como idiota. Se encorvó frente al inodoro y lo dejó ir todo: desayuno, alcohol, almuerzo, alcohol, alcohol, alcohol. Entre arcada y arcada, el tiempo se le hizo eterno. Sentir su propio aliento y saborear la acidez que le abrazaba la lengua le provocaron nuevas náuseas. La borrachera no lo dejó atinar en el inodoro, se ensució la punta del zapato y la botamanga del jean. Otra vez lo mismo. Se odió, pero sonrió. Su boca era un asco, pero se relamió. Vomitó una vez más y se limpió con el dorso de la mano, estaba listo para volver a la barra y que Rulo recargara el tanque. Entonces otro ser arruinado fue escupido del infierno. Gimoteaba como un nene buscando a su mamá perdida, abrió la puerta del último cubículo y se precipitó para largar lo suyo. Él dio un salto justo a tiempo y quedó con las piernas separadas sobre el borde del inodoro mientras lo observaba. Le dio asco y nauseas de nuevo. Bowie cantaba y en el baño ellos lo acompañaban con un coro de arcadas. Como el chico estaba arremangado, pudo ver la piel pálida de sus antebrazos, co- rrompida por pequeñas marcas que sabía de qué eran. Drogadicto de mierda, pensó, me quiero ir, que Rulo tenga el trago listo, más le vale. El chico transpiraba, se limpió la boca con la manga del pulóver y levantó la cabeza. Se miraron a los ojos y cada uno quedó sumergido en los colores del otro, invadidos por una lucidez que les decía lo penoso que era estar ahí, con un inodoro de por me- dio, entre paredes garabateadas con números de teléfono y guarangadas. Él abrió la boca y lo tomó de la muñeca. El chico tembló, sus pupilas dilatadas eran agujeros negros, podría meter la mano dentro y quizá sacar un pedacito de cere