Por Rosa Barocio
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Cuando algo te pertenece puedes disponer de ello a tu antojo.
¿Es válido hacer esto con tu hijo?
En una conferencia mencioné que los hijos
no nos pertenecen, y al finalizar una perso-
na se me acercó y me pidió que le explicara
lo que quería decir. Le aclaré: cuando pien-
sas que algo es tuyo, concluyes que tienes
derecho de hacer con ello lo que mejor te
place, porque te pertenece ¿o no?
Si tú eres dueña de una casa, puedes hacer-
le lo que desees: modernizarla, cambiarle
el color y hasta derrumbarla si se te antoja.
De igual manera, puedes pensar que si tu
hijo te pertenece, entonces, tienes dere-
chos exclusivos sobre su vida y puedes ha-
cer con ella lo que te venga en gana.
Lo moldeas de acuerdo con tus preferen-
cias, es decir, si es tímido y soñador y lo
prefieres alegre y sociable, te empeñas en
cambiar su temperamento. Debe ser dife-
rente para complacerte porque consideras
que está aquí para hacerte feliz, tenerte sa-
tisfecho, cumplir tus expectativas y realizar
tus sueños. Si quisiste ser abogado, futbo-
lista, doctora o modelo y no realizaste tus
sueños, a tu hijo le corresponde compen-
sarte.
Su obligación también es hacerte quedar
bien y cuidar tu imagen en todo momen-
to, ya que él es sólo una extensión de tu
persona. Por eso debe vestirse y “portarse
bien”. Además, tienes derecho de exigirle
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Informes
que te atienda y esté a tu disposición, al fin
y al cabo tú le diste la vida y lo mantienes.
Y debe obedecerte porque siempre sabes
lo que mejor le conviene.
Suena aterrador, ¿no te parece? Se escucha
viejo y anticuado porque, efectivamente,
así pensaban nuestros antepasados. Creían
que tenían derecho de hacer lo que que-
rían con sus hijos. Pero afortunadamente
las generaciones actuales están despertan-
do y exigen que crezcamos con ellas. Saben
que no nos pertenecen: sólo han nacido a
través de nosotros para descubrir quiénes
son y encontrar su propio camino.
En este proceso, los padres somos la red
que los contiene. Cuando son pequeños,
es un sostén fuerte que les ofrece seguri-
dad. Pero conforme van creciendo, tene-
mos que ir soltando para que aprendan a
avanzar por su cuenta y se responsabilicen
de su vida.
Querer a tu hijo, por lo tanto, es acompa-
ñarlo con un profundo respeto hacia su
individualidad hasta que se haga indepen-
diente. Este proceso requiere: apoyar sin
imponer; sostener sin asfixiar; corregir sin
desalentar; y conducir sin controlar.
En pocas palabras: ¡amar para después,
dejar en libertad!
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