CHICAS DE ALAMBRE LAS-CHICAS-DE-ALAMBRE | Page 96

—¿Cómo no se supo...? —Tenía dinero, y el dinero sirve para comprar silencios. Aquí no hay ninguna embajada española, por supuesto. Señalé la tumba de la niña de cinco años. —¿Su hija? —Sí. Luego la de arriba, la que no tenía placa. —¿Su marido? —No tuve marido, señor periodista. Ésta es mi futura casa para la eternidad. Así de simple. Me sentí incomodo. Noté que Noraima me miraba fijamente. —Ya tiene su reportaje —suspiró—. Déjeme en mi casa y vuelva después a hacer fotografías o lo que desee. Y asegúrese de que quien lo lea entienda que ella está ahora en paz. A veces ser periodista es duro. Ésta era una de ellas. Yo no tengo carácter para tomar una cámara y filmar una masacre, los resultados de una matanza, un bombardeo, una hambruna en el Sahel africano o la miseria del infortunio humano. Supongo que eso me hace ser menos profesional que otros. Pero no puedo evitarlo. Sí, iba a hacer aquellas fotos; claro. Era lo que había ido a buscar a Aruba: respuestas. Ya las tenía todas. Pero eso no suponía que me sintiera bien. —Lo siento —susurré. —No tiene por qué pedir perdón. Miré a mi compañera. En sus ojos, esta vez sí, vi respeto y un punto distintivo de consideración. —Gracias —dije. Ya no hubo más. Noraima fue la primera en emprender el camino de vuelta a mi automóvil. Subimos á él y conduje de regreso a su casa. Sólo hablamos al final, cuando ella me guió por Malmok. Al detenerme delante de su puerta, me tendió una mano. Se la estreché. —¿Fue feliz? —le pregunté entonces. —Mientras lo disfrutó, sí. —Era especial —reconocí—. Yo tenía un póster suyo en mi habitación. —Entonces, hable de eso —me pidió Noraima. Se bajó del coche, entró en su casa y me dejó solo. XXXI 96