exclusiva, sin tener en cuenta que pueda hacer daño a alguien. Déjeme que le haga una
pregunta: ¿a quién puedo hacerle daño? Sólo quedan usted y la tía de Vania, que, por lo
que vi, está muy tranquila sin preocuparse demasiado de si está viva o muerta. ¡No queda
nadie, salvo la propia Vania si...!
—¡Queda su recuerdo, su memoria!
—Entonces... —me puse pálido, comprendiendo lo que dejaban entrever sus palabras—.
¿Está muerta?
Y la respuesta de Noraima me dejó absolutamente aplastado:
—Por supuesto que lo está. ¿O creía usted que iba a encontrarla aquí?
XIX
Supo que me acababa de hacer daño.
Y supo también, en ese mismo momento, que yo era sincero.
Pero mantuvo su boca cerrada, sin quitarme ojo de encima.
Yo me fijé de nuevo en sus manos, cuidadas y limpias, muy bellas, sin ninguna clase de
ornamentos.
—¿Dónde se encuentra? —quise saber una eternidad después.
—¿Va a buscar su tumba?
—Sí.
—No se dará por vencido.
—No.
—Está bien —asintió con la cabeza; no exactamente irritada, aunque sí resignada por el
acorralamiento—. Supongo que se lo ha ganado, y que, como bien dice, tarde o temprano
volverá otro. Es capaz de remover toda la isla.
—Lo haría —aseguré.
—¿Tiene coche?
—Sí.
—Vamonos.
Se puso en pie. Yo la imité. Ni siquiera recogió algo o se cambió de ropa. Tampoco cerró
la puerta con llave. Salimos de la casa y nos metimos en mi coche de alquiler. Me pidió
que no pusiera el aire acondicionado, que le molestaba la garganta. Después me guió.
—Siga recto hasta el cruce, luego a la izquierda y tome la 2A.
—¿Adonde vamos?
—A Santa Ana.
No recordaba haberlo visto.
—¿Es un pueblo?
—Una iglesia, pasado Noord.
Supe que no iba a sacarle más, aunque, de cualquier forma, sabía ya nuestro destino. No
su ubicación, pero sí nuestro destino en términos globales.
¿Dónde acabamos todos tarde o temprano?
Conduje con nervios, demasiados nervios. Estuve a punto de tener un accidente a la
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