—Sería posible. Ya sabes que creo en la energía —movió los dedos como si tuviera
delante una nube invisible—. Por eso hay que moverse ya mismo y no esperar. Aunque
sólo sea para escribir un buen artículo, ya valdrá la pena. Los personajes del drama, diez
años después. Pero algo me dice que vas a encontrarte con sorpresas.
—Dios —yo también me apoyé en mi silla—. Las Wire-girls, las Chicas de Alambre.
Vania, Jess y Cyrille. ¿Crees que la gente aún se acuerda de ellas?
—Vamos, ¿qué dices? Fueron una leyenda en su momento.
—Sí, pero una leyenda efímera, como todo en el mundo de la moda.
—Todas las leyendas viven y sobreviven, Jonatan.
Era la única que aún me llamaba Jonatan y no Jon.
—¿Qué quieres que haga exactamente?
—Que hables con la gente que las conoció y que indagues lo que pasó con Vania. Puede
que esté muerta, puede que no. Pero diez años después... ¿lo entiendes, no? Se publicó
mucho del tema entonces, y algunas personas no quisieron hablar mientras que otras
hablaron demasiado. Ahora tal vez sea diferente. El tiempo te da una perspectiva distinta
de las cosas.
—Vania era española, pero Jess era americana y Cyrille egipcio-somalí, parisina...
—¿Tienes algo que hacer las próximas dos semanas, un plan, un ligue? —abrió sus
manos explícitamente—. Porque si es así, se lo encargo a otro.
—¡No, no! —salté de inmediato—. No te hacía más que una observación.
—Jonatan —se acodó en la mesa, señal de que atacaba de firme—. Esto puede ser muy
bueno. Ya conoces mi instinto. Con él y un buen trabajo de investigación, de esos que
sueles hacer de tarde en tarde —me pinchó deliberadamente—, esto será una bomba. Y te
lo repito: no te digo nada si encima la encuentras.
—¿Tú crees que... ?
—Oye: Vania se largó, dijo «adiós» y desapareció. Ha de estar en alguna parte.
—Si no la encontraron entonces.
—Entonces fue entonces. Si no quería ser encontrada, nadie iba a encontrarla, como así
fue y por inexplicable que resultase. Pero ahora han pasado diez años. En primer lugar,
estará relajada, no en tensión esperando que un paparazzi dé con ella. Y en segundo
lugar, ya no será aquella chica mágica que deslumbró al mundo. Quién sabe. Todo es
posible. Pero me huelo algo bueno, hijo. Y cuando yo...
—Sí, mamá, lo sé.
—Tú también lo tienes, Jonatan —me dijo, con algo más que cariño profesional, aunque
lo disimuló agregando—: Por eso estás aquí. ¿O pensabas que era por ser hijo de la jefa?
—He tenido algunas exclusivas de primera, ¿no? —le recordé.
Paula Montornés, editora, propietaria y directora de Zonas Interiores, se convirtió de
nuevo en mi madre.
—Has salido a tu padre —reconoció con ternura.
Era el momento. Me levanté, rodeé la mesa y la abracé sin que ella se levantara de su
butaca. A veces olvidaba hacerlo. Y ella no me lo pedía jamás, aunque yo sabía que lo
necesitaba. Fueron apenas unos segundos de directa intimidad. Después la besé en la
cabeza, por entre su siempre alborotada melena, e inicié la retirada.
—No subas nunca a un avión que se vaya a caer, hijo —me recordó.
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