CHICAS DE ALAMBRE LAS-CHICAS-DE-ALAMBRE | Page 18

convertía en la nueva top del año, la promesa del futuro? ¿Era aquello de lo que había hablado Carlos Sanromán, ese algo indefinible que tiene una entre un millón, casi mágico, que te atrapa y te enamora, seas de donde seas, tengas la edad que tengas y hagas lo que hagas, mientras seas un ser humano con emociones? Trece, catorce, quince años. Con la edad de Sofía, una modelo ya sabía a dónde podía llegar, qué podía esperar de la vida y de su carrera. Muchas se prostituían antes. No pudimos seguir hablando. Llegábamos ya a nuestro destino. —No tengo nada que hacer —mentí de pronto—. ¿Quieres que te espere y luego tomamos algo? Consideró mi oferta. Pero más debió de considerar el hecho de que yo fuese perio dista y fotógrafo y trabajase en Zonas Interiores, para qué engañarme. Sus dudas mentales fueron escasas y las solventó con gran rapidez. —De acuerdo. Me metí en el parking directamente, y subimos a la carrera porque el tiempo ya se le había echado encima. El casting se hacía en una agencia de reparto de una productora. Buscaban personal para una serie de televisión. Había que cubrir varias plazas de chicas de entre dieciocho y veintidós años, una secretaria, una estudiante, una hermana pequeña... Quedamos en la puerta, pero no me conformé con esperar. Siempre podía sacar mi credencial de periodista si alguien me preguntaba. Pero no me preguntaron. Por allí iban tan de cráneo como nosotros en día de cierre. Por un lado estaba la cola, todavía una docena de monadas con sus carpetas de fotos y sus currículos profesionales, y por el otro los que tomaban los datos y los que hacían las pruebas, cámara en ristre, en una habitación cuya puerta se abría y cerraba a una velocidad de vértigo y que apenas si intuí. La chica que estaba más tiempo dentro no sobrepasaba el minuto. Debían de pedirle que dijera algo, la filmaban, y adiós. Conocía el resto: «Ya la avisaremos si hay algo, señorita.» Nunca llamaban. Alguien conseguía el trabajo, el papel, pero a veces parecía que fuese un «alguien» ficticio, irreal. Para la mayoría, todo consistía en intentarlo, y esperar un milagro, un golpe de suerte, que el productor o el director descubrieran algo que nadie había descubierto todavía. Miré a Sofía, en la cola, concentrada leyendo el papel que le habían dado. Era la más guapa, alta y sexy de las que esperaban, de largo, pero eso no servía para ser buena actriz. Ni siquiera mediocre. Muchas modelos lo probaban creyendo que sí, que era suficiente. Aquél era un extraño mundo en el que no siempre salir de la media servía para algo bueno. Las desilusiones, los desengaños, eran mayoría. Pese a lo cual, cada año, una generación de nuevas adolescentes que se convertían en aprendices de mujeres soñaban con ser modelos, con lucir hermosos vestidos en las pasarelas, viajar, ser famosas, ir a fiestas, ganar cinco millones de pesetas por día, y enamorar a cantantes de rock o por lo menos a modelos masculinos tan de película como lo pretendían ser ellas. Sofía estuvo cuarenta segundos tras la puerta. Algo me dijo que no era buena, pero que al menos tenía jeta, morro. Ignoraba si sería 18