C(H)ARÁCTER
– ¿Corregirme? ¡Si soy un viejo! ¿Qué le puede corregir a alguien como yo, si
no tengo nada? – Dijo Ramón, mientras movía la silla de un lado a otro,
desesperadamente.
–Exactamente por esa razón es que me es posible, ahora, si no mal lo
recuerdo: para editar una película antigua se requerían cortar fragmentos del
carrete y cómo decirlo amablemente ah, sí, reordenándolos. Verá, somos
capaces de muchas cosas y creo que a eso me dispondré con usted hoy. Ah,
por cierto, no intente gritar. Nadie le oirá.
– ¡No, no, no, no! –Gritó Ramón desesperadamente.
Sin embargo el hombrecito ya tenía las tijeras plateadas en su mano, se acercó
y con un sonido de “chask, chask, chask”, le cortó su cuerpo, le cortó su cara, y
así mutilado, lo reordenó como si de un rompecabezas se tratara. Los gritos no
pararon. Ya empezaban a molestar a la secretaria. El hombrecito continuó con
su trabajo y cuando hubo terminado, un mudo Ramón le miraba con el temor y
el trauma de mil hombres. A lo que el hombre dijo: “Sólo un último
detalle”.—Luego, agarró el sombrero gris de su cabeza y dándole un giro, lo
colocó suavemente sobre la cabeza de Ramón.
Y cuando pasó el tiempo, alguien se preguntó adónde fue a parar el hombrecito
del sombrero gris. Luego, salió del bar y se dispuso a ir al hogar.
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