C(h)arácter Vol 1 March-April 2013 | Page 52

C(H)ARÁCTER Al salir el hombre de aquel lugar, observó al caballo escabullirse por entre las sombras que le ofrecían los pinos que reposaban junto al manantial en la cima colina. El caballo pareciera de ir ya tan lejos, que el hombre se negó a la persecución. Triste e incompleto, se tendió de brazos hacia el piso y empezó a romperse en llanto, mientras observaba perpetuo al caballo que yacía en el horizonte, junto a los manzanos de la finca del vecino. Desconsolado, el hombre no encontró más remedio que abrazar a su gato y compartirle sus pesares. Después de un rato silencioso, el hombre se dirigió en su carro hacia la dirección en la cual el animal había huido con el maletín. Pasaron horas largas y pesadas, en las cuales el pobre no encontró nada, ni siquiera un rastro de vida. Cada segundo contaba, y ya sin esperanza, y observando hacia el perpetuo horizonte, divisó la caída del anochecer. Los diurnos hacían un festín para irse por fin a descansar, mientras que los nocturnos cantaban en coro para empezar una nueva noche. Fue entonces cuando el hombre se negó a seguir buscando y arrojó con violencia el pensamiento de su ser hacia el frente del vehículo. No obstante, ya de vuelta a casa, la luz de una alegre estrella fugaz que era transeúnte de los cielos, decidió posarse justo frente a él y justo en ese instante, cuando ya todo parecía perdido, divisó cerca de la llanta derecha del automóvil, un cuerpo, me equivoco eran dos: uno parecía como de gigante y el otro no era ni más grande que la mitad del de su compañero. El hombre encendió al máximo las luces del vehículo para tener un mejor criterio visual, y entonces observó al caballo que buscaba. Estaba muerto y ensangrentado, sin la cabeza y con un ojo saliendo protuberante de su cráneo. A su lado un hombre, como de estatura pigmea, era uno de los hierosolimitanos transeúntes del lugar. Yacía en el suelo, en una posición entre turuleta y decrépita. En total, el escenario era espantoso. Todo el piso estaba chorreado de sangre y el olor era tan putrefacto que el hombre tuvo que colocarse un trapo en sus vías nasales para no ahogarse. Para entonces, pareciera que el maletín ya no importase. Se le había olvidado todo acerca de aquel artefacto, pero no duro mucho: el gato se dirigió hacia él y le recordó por medio de señas aquella encomienda. Entonces el hombre, mientras expulsaba la maleza de sus alrededores, notó un desnivel en el suelo, y en ese instante, supo que era el maletín. Se acercó. Sin verlo con claridad, lo tomó y lo limpió, pero, estaba abierto. Alguien lo había destapado. Ahora toda la misión estaba perdida. 52