C(H)ARÁCTER
D
esde el principio de la séptima generación para la reconciliación de la
pandora universal, los humanos habían prometido jamás informar a alguien
acerca de aquel artefacto capaz de modificar cualquier cosa existente. Era aquel
mágico artefacto, el cual nadie conocía pero que todos odiarían. Fue escondido
bajo masas terrícolas artificiales de carácter terrible. Sobrevivió a los inviernos
mas agobiadores y escucho la primera declaración del idioma en el remoto reino
de Limyr, pero sucumbió; fue perdido en el olvido de algún lugar en la tierra, y ya
nunca más los universos pudieron comunicarse; la reaza humana fue destruida e
inició por error de nuevo hasta el día de hoy sin tener rastro y conocimiento del
artefacto
El Dr. Hugo Google Boss, un fracasado en su área científica, totalmente olvidado
por los archivos de mutación genética en los Estados Unidos, y así mismo
aborrecido por la gente que lo rodeaba. Junto a una pensión otorgada por el
gobierno, se retiró al profano estado de Texas para su exilio, donde nadie lo
conocería e iniciaría una nueva vida.
Era una mañana del año 2057 de la tercera Era, desde el primer invierno del año
0. Se dirigió hacia la parte más lúgubre, donde reposaba el ganado, y donde a
menudo, hierosolimitanos y gitanos anclaban sus campamentos. Tendió un mantel
en el piso y acompañado por su gato Roger empezó a digerir grotescos bocados
de comida acompañados por un hermoso amanecer. Se podía divisar ratones
marchando uno tras otro, justo debajo de la colina, y allí justo en el fondo, un bello
caballo acompañado de rosas y girasoles. ¿Pero a quién le mentía aquel pobre
hombre? Ya nada podía regocijarle el vacio eterno de su ser, que lo agobiaría por
siempre. Sólo seguía allí, solo, mirando a la pintura celeste que parecía dibujada
por valkirias eternas, y que ningún hombre jamás podría poder rozar.
Pasó un vago y triste transcurso de tiempo para que el hombre se parara y firme
decidiera volver a casa. Lo hizo. Triste, solitario, no debía regalarle ni una sonrisa
a nadie, así que recogió sus cosas y se dirigió a su profano y porteño destino,
para por fin disfrutar de su asueto eterno. Cuando de repente, aquel lejano corcel
empezó a gemir desesperado frente a él. Asintió con su cabeza hermoso poema
de penúltimo linyera y le pidió el favor por medio de señas para que él lo siguiera.
El hombre no se negó, así levantándose de nuevo de manera estrepitosa y
haciendo caso del corcel, lo siguió.
Fue llevado a una cueva la cual él jamás había visto. Estaba hecha de piedra que
parecía haber sido traída del mismísimo tártaro, y la cual pareciera haber sido
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