I
E sta es la historia de una persona cuyo nombre desconozco y quien es el ser humano
más bajo y más alto, tiene el cabello más claro y más oscuro, es el más bueno y el más
malo, el más despabilado y el más simple. Escribo esto sin saber siquiera si es un
hombre o una mujer, o tal vez un animal o una planta.
Esta criatura sin igual era mi mentor y mi jefe de trabajo; yo le estaba ayudando a
diseñar su invento más deseado, al que llamó el Absorbente Genético, y cuyo modelo
actualmente se halla en un lugar de estudiosos que se puede visitar en forma libre,
ubicado al lado del refectorio de la academia de la ciencia.
El aparato definitivo consta de una manguera que es 5 veces más pequeña que la del
modelo y la que se conecta a un tubo grueso que se implanta dentro del cuerpo y la
que, con relación al mencionado modelo, también es 5 veces más chico; en su interior
se encuentran una máquina centrífuga que se abastece de tubos por sí sola y unos
conductos que conectan el ADN de un invasor al de uno mismo y lo modifican; el tubo
que se extiende alrededor del invento es para poder conectar un cuerpo a otro y es por
esta razón que existe una minúscula aguja flexible en su punta y con la cual se puede
tomar una muestra de sangre de la punta del dedo índice del individuo seleccionado
para el experimento y a cuyo genoma se accede por éste método. Por motivos técnicos,
el equipo debe localizarse en el lugar del apéndice y aunque oprime un poco el
intestino no lo lastima.
II
Fue entonces cuando el creador del invento, por vía de una operación bastante
riesgosa incrustó el aparato en su cuerpo para ser la primera persona con dos
informaciones genéticas distintas. Su primera víctima fui yo: con un pinchazo indoloro
absorbió mi sangre y consiguió los códigos que me caracterizaban como una persona
única. La primera reacción fue poco perceptible ya que en sus rasgos físicos y mentales
no hubo cambios notorios a causa de que mi flujo sanguíneo no había llegado aún al
Absorbente Genético. Pero en el momento en el que éste atravesó el aparato, la
máquina empezó a funcionar correctamente y en su cuerpo se pudo distinguir que los
ojos claros que él tenía habían cambiado y se habían vuelto de un color castaño como
los míos; también noté que su temperamento fuerte se fue apaciguando en forma
gradual.
Fue tanta la felicidad del científico que salió corriendo del laboratorio para replicar su
experimento en otras personas desconocidas. Por la calle el doctor iba observando
quien sería la próxima víctima de su ataque punzante. Entonces vio a una mujer que de
alguna manera le parecía conocida: se acercó y la chuzó disimuladamente y, como
siempre, el primer efecto no fue visible por lo que tuvo que esperar hasta el siguiente
día para ver los resultados
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