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El viejo de
la bolsa
Por la zona de Melilla circula desde hace muchos años una historia que es
casi el reverso de un mito muy popular, como el viejo de la bolsa.
La figura del viejo es utilizada para dar miedo en los niños, como amenaza
cuando se portan mal y también para remarcar desde chicos un condición
importante: nunca hables con extraños . La imagen es universal: un viejo
vagabundo con una bolsa de lona o arpillera a la espalda.
Dejando de lado las fantasías, el único viejo de la bolsa que hizo méritos
para ganar mala fama fue Albert Fish. Se trataba de un viejito estadounidense con aspecto de mendigo que fue ejecutado tras confesar el asesinato
de 100 niños, a los que engañaba entregando golosinas.
En Melilla, hace ya muchos años, circulaba a diario por las calles uno de los
tantos viejos de la bolsa que existen en Montevideo. De aspecto bondadoso,
recorría con su carreta el camino Melilla y hablaba con los niños que encontraba, regalándoles en ocasiones las pocas cosas que hallaba en los tachos
de basura.
Cargando el peso de una leyenda con mala fama sobre sus espaldas, el viejo
de la carreta era muy mal visto por los vecinos del lugar, sobre todo por su
costumbre de acercarse a los niños. Sin embargo, el protagonista de este
cuento era exactamente lo que parecía: un viejo pobre y bondadoso.
En una ocasión, cuando el hombre quiso regalarle a una niña una muñeca
vieja y rota, ésta se puso a llorar y regresó corriendo junto a su madre. A
partir de allí, el rumor corrió como una bola de nieve entre los habitantes
del lugar, a tal punto que el incidente de la niña fue exagerándose cada vez
más hasta convertirse en un episodio de terror.
Fue entonces cuando tres o cuatro de los vecinos decidieron darle un susto
al viejo, con el objetivo de que no volviera más por el lugar. Un 31 de
octubre, al caer la noche, se acercaron a una calle cortada junto al camino
Melilla, donde el vagabundo solía dejar su carreta. La rociaron con querosén y la prendieron fuego, esperando que el viejo entendiera el mensaje.
Pocos segundos después, al escuchar una serie de gritos, entendieron que
algo había salido mal. Entre la montaña de bolsas y trapos no habían visto al
anciano, que dormía en la carreta. El fuego se desperdigó con tanta rapidez
entre sus ropas sucias que los hombres, asustados por el espectáculo, no
pudieron hacer nada. Atemorizados ante la posible llegada de la policía, se
marcharon del lugar helados de espanto, dejando al viejo morir.
La policía catalogó el hecho como un accidente y archivó el caso, la historia
quedó en el olvido rápidamente y los vecinos de Melilla no extrañaron la
presencia diaria del viejo de la carreta. Así fue, al menos, hasta que transcurrió un año exacto. El 31 de octubre siguiente, un incendio se produjo
en una zona de eucaliptus, lindera con el lugar de la tragedia. Al extinguir
el fuego, los bomberos hallaron la causa del siniestro: una carreta vieja y
destartalada, la misma que el hombre usaba en sus interminables paseos por
Melilla. Desde entonces, los vecinos cuentan que todos los 31 de octubre la
carreta aparece en llamas, recordando el hecho.
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