—No podrá sacar la cama de la casa —dijo el abuelo Joe—. No pasará por la puerta. —¡No debéis
desesperar! —dijo el señor Wonka—. ¡Nada es imposible! ¡Ya veréis! El ascensor sobrevolaba ahora la
pequeña casita de los Bucket.
—¿Qué va usted a hacer? —grito Charlie. —Voy a entrar a buscarles —dijo el señor Wonka.
—¿Cómo? —preguntó el abuelo Joe. —Por el tejado —dijo el señor Wonka, apretando otro botón.
—¡No! —gritó Charlie. —¡Deténgase!—gritó el abuelo Joe.
¡CRASH! hizo el ascensor, entrando por el tejado de la casa en el dormitorio de los ancianos. Una lluvia
de polvo de tejas y de trozos de madera y de cucarachas y arañas y ladrillos y cemento cayó sobre los tres
ancianos que yacían en la cama, y todos ellos pensaron que había llegado el fin del mundo. La abuela
Georgina se desmayó, a la abuela Josephine se le cayó la dentadura postiza, el abuelo George metió la
cabeza debajo de la manta, y el señor y la señora Bucket entraron corriendo desde la otra habitación.
—¡Salvadnos! —gritó la abuela Josephine. —Cálmate, mi querida esposa —dijo el abuelo Joe, bajando
del ascensor—. Somos nosotros. —¡Mamá! —gritó Charlie, arrojándose a los brazos de la señora
Bucket—. ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Escucha lo que ha ocurrido! Todos vamos a vivir en la fábrica del señor
Wonka y vamos a ayudarle a dirigirla y me la ha regalado a mí toda entera y... y... y...
—¿De qué estás hablando? —dijo la señora Bucket. —¡Mirad nuestra casa! —gritó el pobre señor
Bucket—. ¡Está en ruinas! —Mi querido señor —dijo el señor Wonka, adelantándose de un salto y
estrechando calurosamente la mano del señor Bucket—. Me alegro tanto de conocerle. No debe
preocuparse por su casa. De todos modos, de ahora en adelante ya no la necesitará usted.
—¿Quien es este loco? —gritó la abuela Josephine— Podría habernos matado a todos. —Este —dijo el
abuelo Joe— es el señor Willy Wonka en persona. Al abuelo Joe y a Charlie les llevó bastante tiempo
explicarle a todos exactamente lo que había sucedido a lo largo del día. Y aun entonces todos se negaron a
volver a la fábrica en el ascensor.
—¡Prefiero morir en mi cama –gritó la abuela Josephine. —¡Yo también! —grité la abuela Georgina.
—¡Me niego a ir!—anuncio el abuelo George.