familia ahorraba su dinero para esta ocasión especial, y cuando llegaba el gran día, Charlie recibía de
regalo una chocolatina para comérsela él solo. Y cada vez que la recibía, en aquellas maravillosas
mañanas de cumpleaños, la colocaba cuidadosamente dentro de una pequeña caja de madera y la
atesoraba como si fuese una barra de oro puro; y durante los días siguientes sólo se permitía mirarla, pero
nunca tocarla. Por fin, cuando ya no podía soportarlo más, desprendía un trocito diminuto del papel que la
envolvía para descubrir un trocito diminuto de chocolate, y daba un diminuto mordisco justo lo suficiente
para dejar que el maravilloso sabor azucarado se extendiese lentamente por su lengua. Al día siguiente
daba otro diminuto mordisco, y así sucesivamente. Y de este modo, Charlie conseguía que la chocolatina
de seis peniques que le regalaban por su cumpleaños durase más de un mes.
Pero aún no os he hablado de la única cosa horrible que torturaba al pequeño Charlie, el amante del
chocolate, más que cualquier otra. Esto era para él mucho, mucho peor que ver las tabletas de chocolate
en los escaparates de las tiendas o contemplar cómo los demás niños masticaban cremosas chocolatinas
ante sus propios ojos. Era la cosa más torturante que podáis imaginaros, y era ésta:
¡En la propia ciudad, a la vista de la casa en la que vivía Charlie, había una ENORME FABRICA DE
CHOCOLATE! ¿Os lo imagináis?
Y no era tampoco simplemente una enorme fábrica de chocolate. ! Era la más grande y famosa del mundo
entero! Era la FABRICA WONKA, cuyo propietario era un hombre llamado el señor Willy Wonka, el
mayor inventor y fabricante de chocolate que ha existido. ¡Y qué magnífico, qué maravilloso lugar era
éste! Tenía inmensos portones de hierro que conducían a su interior, y lo rodeaba un altísimo muro, y sus
chimeneas despedían humo, y desde sus profundidades podían oírse extraños sonidos sibilantes. ¡Y fuera
de los muros, a lo largo de una media milla en derredor, en todas direcciones, el aire estaba perfumado
con el denso y delicioso aroma del chocolate derretido!
Dos veces al día, al ir y venir de la escuela, el pequeño Charlie Bucket pasaba justamente por delante de