CHARLIE Y LA FÁBRICA DE CHOCOLATES | Page 68

—¡Escucha! —susurró Charlie—. ¡Escucha, abuelo! ¡Los Oompa-Loompas que están en el barco han empezado a cantar! Las voces, cien voces cantando al unísono, podían oírse claramente en la habitación: No me cabe duda, queridos amigos, De que estáis en esto de acuerdo conmigo: No hay nada que más repulsión pueda dar Que un niño que masca chicle sin cesar. (Es un vicio tan malo, vulgar e infeliz Como el de meterse el dedo en la nariz.) De modo que es cierto, tenemos razón, El chicle no es nunca una compensación. Esta horrible costumbre os hará acabar mal Enviándoos a un pegajoso final. ¿Alguno de vosotros conoce o ha oído Hablar de una tal señorita Bellido? Esta horrible mujer nada malo veía En mascar y mascar a lo largo del día. Mascaba bañándose en su bañera, Mascaba, bailando, la noche entera. He aquí lo que le sucedió En la cama leyó durante media hora Sin dejar su vicio satánico. En verdad, nuestra pobre señora Parecía un cocodrilo mecánico. Por fin decidió colocar El chicle sobre una bandeja Y para dormirse se puso a contar Como otros insomnes, ovejas. Pero, ¡qué extraño!, aunque dormía Y el chicle acababa de dejar Sus maxilares se movían Aun sin nada que mascar. ¡Estaban ya tan habituados Mascaba en la iglesia y hasta en el tranvía ¡Mascar es lo único que la pobre hacía! Y cuando perdía su chicle, mascaba Trozos de linóleo que del suelo arrancaba. O cualquier otra cosa, la que hallase primero, Un par de botas viejas, la oreja del cartero, Los guantes de su tía, el ala de un sombrero. ¡Hasta llegó a mascarle la nariz al frutero! Y así siguió mascando, hasta que llegó un día En que sus maxilares (yo ya me lo temía) Alcanzaron tal envergadura, por fin, Que su enorme mandíbula parecía un violín. Durante años y años masticó sin cesar Y cien chicles, .o mil consumió, Hasta que una noche, al irse a acostar Que no podían estar cerrados! Y era siniestro oír el crujido Que en medio de la oscuridad Hacían sus dientes. Era un ruido Que daba miedo de verdad. Así siguió la noche entera, Pero al llegar la madrugada Se dio la cruelísima ocasión De que sus fauces decidieron Abrirse en toda su extensión Dando un tremendo tarascón Que le arrancó la lengua entera. Y desde entonces, la señora A fuerza de tanto masticar,