¡Déjalo en mis manos!
La señora Bucket sonrió al anciano, y luego se volvió a su marido y dijo:—¿Y tú, querido? ¿No crees que
tú deberías ir?
—Bueno... —dijo el señor Bucket, haciendo una pausa para meditarlo—. No... No estoy tan seguro de
ello.
—Pero debes hacerlo.
—No se trata de un deber, cariño —dijo suavemente el señor Bucket—. Claro que me encantaría ir. Será
muy emocionante. Pero por otra parte... Creo que la persona que realmente merece acompañar a Charlie
es el abuelo Joe. Parece saber mucho más sobre el asunto que nosotros. Siempre, por supuesto, que se
sienta lo bastante bien como para...
—¡Yiiipiii! —gritó el abuelo Joe, cogiendo a Charlie de las manos y bailando con él por la habitación.
—Lo cierto es que parece sentirse muy bien — dijo riendo la señora Bucket—. Sí..., quizá tengas razón.
Quizá el abuelo Joe sea la persona más indicada para acompañarle. Está claro que yo no puedo ir con él
dejando a los otros abuelos solos en la cama durante todo el día.
—¡Aleluya! —gritó el abuelo Joe—. ¡Bendito sea el Señor!
En ese momento se oyeron fuertes golpes en la puerta de la calle. El señor Bucket fue a abrir, y en un
segundo, oleadas de periodistas y fotógrafos invadieron la casa. Habían averiguado dónde vivía el
descubridor del quinto Billete Dorado, y ahora todos querían obtener la historia completa para las
primeras páginas de los periódicos matutinos. Durante varias horas reinó un total caos en la pequeña
casita, y hasta casi medianoche la señora Bucket no pudo librarse de ellos para que Charlie se fuese a la
cama.
13 Llega el gran día
El sol brillaba alegremente en la mañana del gran día, pero el suelo seguía blanco de nieve y el aire era
muy frío.
Junto a las puertas de la fábrica Wonka una gran multitud se había reunido para ver entrar a los cinco
afortunados poseedores de los Billetes Dorados. La excitación era tremenda. Faltaban pocos minutos para
las diez. La muchedumbre gritaba y se empujaba, y un grupo de policías intentaba mantenerla alejada de