Después pagó su dispensa, la recibió de míster Spenlow cuidadosamente doblada, y
después de estrecharse la mano y de hacer por parte del procurador votos por su felicidad
y la de su futura esposa, abandonó las oficinas.
Quizá me hubiera costado más trabajo guardar silencio después de sus últimas palabras
si no hubiera estado preocupado tratando de convencer a Peggotty (que se había encolerizado a causa mía) de que no estábamos en un lugar propicio a las recriminaciones y
rogándole que se contuviera. Estaba en tal estado de exasperación, que me creí bien
librado cuando vi que terminaba con uno de sus tiernos achuchones. Lo debía sin duda a
aquella escena, que acababa de despertar en ella el recuerdo de las antiguas injurias, y
sostuve lo mejor que pude el ataque, en presencia de míster Spenlow y de todos sus
empleados.
Míster Spenlow no parecía saber cuál era el lazo que exis tía entre míster Murdstone y
yo, lo que me complacía. pues no podía soportar ni el tener que reconocerlo yo mismo,
recordando, como recordaba, la historia de mi pobre madre. Míster Spenlow parecía
creer, si es que creía algo, que se trataba de diferentes opiniones políticas; que mi tía
estaba a la cabeza del partido del Estado en nuestra familia, y que ha bía algún otro
partido de oposición, dirigido por otra persona; al menos esa fue la conclusión que saqué
de lo que decía mientras esperábamos la cuenta de Peggotty que redactaba míster Tifey.
-Miss Trotwood - me dijo- es muy firme y no está dispuesta a ceder a la oposición, yo
creo. Admiro mucho su carácter y le felicito, Copperfield, de estar en el lado bueno. Las
querellas de familia son muy de sentir, pero son muy corrientes, y el caso es estar del
lado bueno.
Con aquello quería decir, supongo, del lado del dinero.
-Según creo, hace un matrimonio bastante conveniente -dijo míster Spenlow.
Le dije que no sabía nada.
-¿De verdad? -dijo- Pues por algunas palabras que míster Murdstone ha dejado escapar,
como ocurre siempre en casos semejantes, y por lo que miss Murdstone me ha dado a
entender, me parece que se trata de un matrimonio bastante conveniente para él.
-¿Quiere usted decir que ella tiene dinero? -pregunté.
-Sí -dijo míster Spenlow-; parece ser que dinero, y también belleza; al menos eso dicen.
-¿De verdad? ¿Y es joven su nueva mujer?
-Acaba de cumplir su mayoría de edad -dijo míster Spenlow-, y hace tan poco tiempo,
que yo creo que no esperaban más que a eso.
-¡Dios tenga compasión de ella! -exclamó Peggotty tan bruscamente y en un tono tan
inesperado, que nos que damos un poco desconcertados hasta el momento en que Tifey
llegó con la cuenta.
Apareció pronto y tendió el papel a míster Spenlow para que lo verificase. Míster
Spenlow metió la barbilla en la corbata, y después, frotándosela dulcemente, releyó todos
los artículos de un cabo al otro, como hombre que quería rebajar algo; pero, ¡qué quiere
usted!, era culpa del diablo de míster Jorkins; después volvió a dar el papel a Tifey con
un suspiro.
-Sí -dijo-, está en regla, perfectamente en regla. Hubiera deseado reducir los gastos
estrictamente a nuestros desembolsos; pero ya sabe usted que es una de las contrarieda des
penosas de mi vida de negocios el no tener la libertad de obrar según mis propios deseos.
Tengo un asociado, míster Jorkins.
Como al hablar así lo hacía con tan dulce melancolía, que casi equivalía a haber hecho
nuestros negocios gratis, le di las gracias en no mbre de Peggotty y entregué el dinero a
Tifey. Peggotty volvió a su casa y míster Spenlow y yo nos dirigimos al Tribunal, donde