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El nacionalismo ciega a sus ideólogos. Cuando las evidencias estaban ya en la prensa, apenas unos días antes de que Pujol no tuviera más remedio que confesar las irregularidades que cometió durante 34 y se desvelara la gran farsa, pasaba esto en la tertulia
de RAC1, emisora nacionalista de La Vanguardia: el director del periódico fuera de juego, la Rahola chillando sobre una persecución política a la familia Pujol, y Joan López Alegre -el català tranquil- acertándolo todo.
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¡Es una persecución política!
Jordi Pujol, el independentismo y los cómplices necesarios en el saqueo de Cataluña
VIERNES
No existe ninguna dictadura descarada o soterrada sin los necesarios cómplices.
No hay nacionalismo estridente que no sea consentido por el silencio, la anuencia o la
omisión. Ni en la Alemania de Hitler, ni en la Venezuela de Maduro, ni en la Argentina de
Cristina, ni en la Cataluña de Pujol, ni en la Andalucía de los ERE.
El cómplice puede ser el estómago agradecido, el empresario tan avaricioso y corrupto como el político, el ciudadano que no quiere líos, incluso el que se cree de buena fe
las prédicas liberadoras del ególatra y ladrón de turno.
Todos ellos son cómplices. El general Franco ganó una guerra civil, pero si se mantuvo en el poder durante cuarenta años, y se murió tranquilamente en la cama de un hospital, fue por los cómplices interesados, por los benefactores del régimen, por la larga
cofradía de quienes están dispuestos a socorrer y ayudar al vencedor.
Pujol y sus cómplices fueron tejiendo un régimen absolutista legitimado por las urnas, en el que formaban parte egregios personajes de la burguesía catalana, empresarios que financiaban con las ganancias de las obras públicas el tinglado, empresas periodísticas genuflexas ante el poder y la subvención, intelectuales distraídos, ingenuos de
pacotilla, y esa larga cofradía de ciudadanos cobardes que formamos el grueso de la sociedad, y que miramos hacia otro lado porque tenemos miedo: miedo a la venganza, miedo a la extorsión, miedo a quedarnos sin trabajo, miedo a la maquinaria poderosa del poder que, como una mandrinadora, tritura
toda crítica que sea demasiado molesta.
Cuando el nazismo estaba en sus
principios, despacharon a todos los filólogos judíos que había en la Academia de la
Lengua, y les prohibieron escribir, trabajar
o dar clases, sin que sus compañeros, tan
alemanes como ellos, exhalaran la más
timorata de las protestas.