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VIERNES
Un PAlacio de la Música Catalana lleno hasta el órgano recibió a Raimoncon una
calurosa ovación de esas que ya emocionan desde el primer momento. Sin gritos ni proclamas, solo intensidad. El cantautor, camisa clara, pantalón gris, guitarra en mano y sonrisa reposada, respondió como es su costumbre aplaudiendo a su público. Una imagen
que se repite en la ciudad de Barcelona desde hace medio siglo, un idilio que no parece
que nada ni nadie vaya a romper.
Un público bastante maduro y tranquilo siguió al cantautor a lo largo de más de
dos horas en una propuesta más íntima que en ocasiones precedentes. Raimon, como
suele ser también su costumbre, habló poco y nadie le pidió ni explicaciones ni posicionamientos. Solo en los últimos minutos de un recital denso y sosegado una numerosa parte
del público se alzó de sus asientos para gritar “independencia” bajo un par de trapos que,
tras el descanso, aparecieron colgadas del primer piso casi como un objeto decorativo
más que nadie esgrimió. Gritos de independencia que ya habían surgi