En las corrientes dominantes del pensamiento y la cultura occidentales los seres humanos han sido considerados generalmente como entes abstractos; solo de modo ocasional se ha concebido que la corporalidad sea el espacio en que se despliega la existencia. Sin embargo, considerar el fenómeno existencial dentro o fuera del trascendentalismo metafísico supone la concepción de estrategias que conduzcan el trato con nuestros cuerpos, las cuales habrían de estar orientadas a la organización de las diversas facetas constituyentes de nuestra vida física, focalizando como meta la consecución del equilibrio personal. En ello juega un papel fundamental el régimen alimentario.
Ciertamente, muchos son los factores que sujetan las condiciones en que se produce la selección de nuestra dieta, máxime cuando en la hipertecnologizada sociedad en la que vivimos, los media tienden a inducir nuestros propios deseos, certificando el fenómeno de descorporeización de la realidad de una manera jamás conocida hasta las últimas cinco décadas. Mas se impone la toma de la propia palabra. Un paso más acá de lo que postulan algunos sistemas religiosos o el dualismo cartesiano, nuestro cuerpo es una manifestación anterior, incluso, a la conciencia; es nuestra propiedad primera, de ahí que su cuidado constituya un compromiso existencial ineludible. Ello supone una ética del cuidado de sí mismo atravesada por una dieta responsable.
Cantiere, sin afán de rareza o excentricismo, dedica el presente número al tema de la alimentación; su importancia lo amerita. Y es que, si consideramos un concepto expandido de arte, según el cual este es el punto desde el cual emerge algo para insertarse en el mundo, nada humano entonces le será ajeno: los conceptos, nociones, mecanismos que activa no estarán en la antípoda de lo que la medicina, la industria o el saber científico expongan. El arte, como expresara Yves Klein,“ es la salud”.
El equipo editorial
NOTA EDITORIAL
En las corrientes dominantes del pensamiento y la cultura occidentales los seres humanos han sido considerados generalmente como entes abstractos; solo de modo ocasional se ha concebido que la corporalidad sea el espacio en que se despliega la existencia. Sin embargo, considerar el fenómeno existencial dentro o fuera del trascendentalismo metafísico supone la concepción de estrategias que conduzcan el trato con nuestros cuerpos, las cuales habrían de estar orientadas a la organización de las diversas facetas constituyentes de nuestra vida física, focalizando como meta la consecución del equilibrio personal. En ello juega un papel fundamental el régimen alimentario.
Ciertamente, muchos son los factores que sujetan las condiciones en que se produce la selección de nuestra dieta, máxime cuando en la hipertecnologizada sociedad en la que vivimos, los media tienden a inducir nuestros propios deseos, certificando el fenómeno de descorporeización de la realidad de una manera jamás conocida hasta las últimas cinco décadas. Mas se impone la toma de la propia palabra. Un paso más acá de lo que postulan algunos sistemas religiosos o el dualismo cartesiano, nuestro cuerpo es una manifestación anterior, incluso, a la conciencia; es nuestra propiedad primera, de ahí que su cuidado constituya un compromiso existencial ineludible. Ello supone una ética del cuidado de sí mismo atravesada por una dieta responsable.
Cantiere, sin afán de rareza o excentricismo, dedica el presente número al tema de la alimentación; su importancia lo amerita. Y es que, si consideramos un concepto expandido de arte, según el cual este es el punto desde el cual emerge algo para insertarse en el mundo, nada humano entonces le será ajeno: los conceptos, nociones, mecanismos que activa no estarán en la antípoda de lo que la medicina, la industria o el saber científico expongan. El arte, como expresara Yves Klein,“ es la salud”.