CANDÁS EN LA MEMORIA numero 3 NOVIEMBRE CANDÁS EN LA MEMORIA Noviembre | Page 19
CANDÁS EN EL VATICANO
Suena el tren de aterrizaje en la pista del aeropuerto
internacional de Fiumicino - Roma. Escasos son los
minutos que faltan para la media noche, apenas unos
quince. Diez las horas de retraso sobre la llegada
prevista motivadas por la negligencia de la compañía
aérea, chabacana y altiva en el proceder, y también,
por qué no decirlo, por la dejadez en sus obliga-
ciones de la agencia gestora del viaje. La luna, próx-
ima al cuarto creciente, impera entre la inmensidad
de estrellas que acaparan la bóveda celeste. Es la
misma luna que vería entre San Antonio y Peñes, de
estar en casa, sólo cambia el punto de observación.
Dicen que durante esta fase simboliza, entre otros, la
consecución de sueños y este pensamiento le recon-
forta un poquito del mal trago pasado durante la
aciaga jornada. Aún le dura el cabreo y cree no ser
el único. Tiempo habrá para las responsabilidades.
Ahora sólo desea llegar al hotel y descansar. Mañana
será otro día…
Cinco son las horas de sueño; desayuno y traslado
al Vaticano. Tres los controles escalonados de segu-
ridad para acceder a la basílica. Ya en el interior se
queda un poquito rezagado del grupo y observa el
baldaquino. Sí, el de Bernini ¡Grandioso! No le cabe
duda que allí se encuentra el puente de mando, el
altar mayor. ¡Espectacular! -se dice. Los conducen
al presbiterio, tras el baldaquino, presidido por la
Cátedra de San Pedro. A la izquierda de la cátedra la
sillería del coro, la ubicación, son los elegidos para
cantar la misa este domingo once de noviembre.
No es fácil cantar en El Vaticano; hay que aportar
cierto nivel musical que avale, les han dicho. De
ser así, y no tiene porqué ponerlo en duda, sería un
motivo más para sentirse orgullosos del coro que
conforman: El de la Bodega. De Candás. Coro hu-
milde, con buenas voces y muchas horas de ensayo.
Siempre procurando no perder la perspectiva de la
procedencia para utilizarla como arma eficaz contra
las tentaciones de soberbia y engreimiento.
Comienza la misa, y a lo largo de sus diferentes
partes va el coro desgranando el repertorio con cali-
dad tonal y sentimiento. Él, no es lo que digamos un
creyente al uso y no suele, por tanto, prestar atención
a los sermones, aunque el respeto que mantiene es
absoluto hacia la celebración religiosa y los que sí
lo son, así que mientras el oficiante se vuelca en la
plática deja vagar la mirada entre las mantas que
portan las mujeres que lo preceden.
Mantas candasinas, inspiradas en las de aquellas
güelas enlutadas de por vida por las tragedias mar-
ineras. Cuerpo, entredós y puntilla. Punto croché.
Sedón negro, reluciente sobre el blanco inmaculado
de las camisas, sustituto en el tiempo de la lana primi-
genia protectora de relentes y de fríos. Mantas que
hoy ornamentan los hombros femeninos del coro y
rinden su particular homenaje, aquí en la basílica,
sirviendo de vínculo con el pasado y siendo traedoras
de la nostalgia en el recuerdo de tantas y tantas mu-
jeres que lucharon con coraje contra la precariedad y
el sufrimiento, cantando con pujanza a la vida entre
carencias laborales y humedades de bodegas.
Menciona el sacerdote el nombre de Candás y las pal-
abras actúan como un hechizo poderoso atrayendo su
atención. Aunque habla en italiano es fácil deducir las
loas y el agradecimiento que muestra hacia el coro.
Comienzan casi parejos los acordes de la despedida.
Pocos son los asistentes que abandonan las bancadas
del presbiterio. La mayoría permanece en sus asientos
en espera de la última la canción. Brotan con `cuore´
las voces, emotivas, vigorosas; voces que con presteza
etérea repletan de asturianía la basílica. Entonan el
himno a la Santina como broche final del acto religio-
so. Como colofón a su actuación.
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