canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 50
literatura fantástica
Juego de tronos
—¿De qué les van a servir mis respetos? —Joffrey era petulante como sólo puede serlo un
príncipe niño.
—De nada —replicó Tyrion—. Pero es lo que debes hacer. Tu ausencia ha sido muy
comentada.
—El hijo de los Stark no me importa lo más mínimo —dijo Joffrey—. Y no soporto los
lloriqueos de las mujeres.
Tyrion Lannister alzó el brazo y abofeteó a su sobrino con fuerza. La mejilla del chico se puso
roja.
—Una palabra más y te doy otra vez.
—¡Se lo voy a contar a mi madre! —exclamó Joffrey.
Tyrion lo abofeteó de nuevo. Las dos mejillas se pusieron del mismo color.
—Cuéntaselo a tu madre —dijo Tyrion—. Pero antes ve a ver a Lord y Lady Stark, arrodíllate
ante ellos, diles lo triste que es todo esto, que estás a su servicio para cualquier cosa que puedas hacer
por ellos o por su familia en este momento de dolor, y que los tienes siempre presentes en tus
oraciones. ¿Entendido? ¿Entendido?
El chico parecía a punto de echarse a llorar, pero se las arregló para asentir débilmente. Se dio
media vuelta y salió corriendo por el patio, con la mano en la mejilla. Tyrion lo observó alejarse a toda
velocidad.
—El príncipe recordará lo que habéis hecho, diminuto señor —le advirtió el Perro. El yelmo
convertía su risa en un retumbar cavernoso.
—Eso espero —replicó Tyrion Lannister—. Y si se olvida, su perrito se lo recordará, ¿verdad?
—Miró a su alrededor—. ¿Sabes dónde está mi hermano?
—Desayunando con la reina.
—Ah —dijo Tyrion.
Dedicó un saludo automático a Clegane y se alejó silbando, a toda la velocidad que le
permitían sus piernas atrofiadas. Sentía compasión por el primer caballero que pusiera a prueba la
paciencia del Perro aquel día. Tenía muy mal genio.
El desayuno que servían en la sala matutina de la Casa de Invitados era frío y triste. Jaime
estaba sentado a la mesa con Cersei y los niños, y todos hablaban en voz baja.
—¿Todavía no se ha levantado Robert? —preguntó Tyrion mientras tomaba asiento sin
esperar a que lo invitaran.
El rey no se ha acostado —dijo su hermana. Lo miraba con la misma expresión de leve
disgusto que le había dedicado desde el día en que nació—. Está con Lord Eddard. Se ha tomado muy
a pecho su dolor.
Nuestro Robert tiene un gran corazón —comentó Jaime con una sonrisa desganada.
No eran muchas las cosas que Jaime se tomaba en serio. Tyrion, que
conocía a su hermano, lo sabía y se lo perdonaba. Durante los largos y terribles años de su
infancia, el único que alguna vez le había mostrado cierto afecto y respeto había sido Jaime, y por ello
Tyrion estaba dispuesto a perdonarle casi cualquier cosa.
Un criado se aproximó a la mesa.
—Pan —pidió Tyrion—, y un par de pescaditos de esos, y una jarra de cerveza negra para
pasarlo todo. Ah, y un poco de panceta, tostada hasta que cruja.
El hombre hizo una reverencia y se alejó. Tyrion se volvió de nuevo hacia sus hermanos. Eran
gemelos, hombre y mujer, y aquella mañana parecían una copia uno del otro. Los dos se habían
vestido de un tono verde que les hacía juego con los ojos. Los cabellos rizados de ambos les caían
sobre los hombros, y se adornaban muñecas, dedos y cuellos con joyas de oro.
Tyrion se preguntó durante un momento cómo sería tener un hermano gemelo, y pensó que
prefería no saberlo. Ya era bastante duro enfrentarse a sí mismo cada mañana en el espejo. La sola
idea de ver a alguien como él era aterradora.
—¿Sabes algo de Bran, tío? —preguntó el príncipe Tommen.
—Anoche pasé por la habitación del enfermo —dijo Tyrion—. No ha habido ningún cambio.
El maestre cree que es una buena señal.
—No quiero que Branden se muera —dijo Tommen con timidez. Era un chiquillo encantador,
en nada se parecía a su hermano. Pero Jaime y Tyrion tampoco eran precisamente idénticos.
—Lord Eddard tenía un hermano que también se llamaba Brandon —caviló Jaime—. Fue uno
de los rehenes asesinados por Targaryen. Por lo visto ese nombre trae mala suerte.
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