canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 35
literatura fantástica
Juego de tronos
CATELYN
De todas las habitaciones del Gran Torreón de Invernalia, las cámaras de Catelyn eran las más
cálidas. Rara vez tenían que encender la chimenea. El castillo se alzaba sobre manantiales naturales de
agua termal, y las aguas hirvientes recorrían el interior de los muros como la sangre por el cuerpo de
un hombre; espantaban el frío de las salas de piedra y llenaban los invernaderos interiores de una
humedad cálida que impedía que la tierra se congelara. En una docena de patios, los pozos abiertos
humeaban día y noche. En verano nadie prestaba atención al tema; en invierno, suponía la diferencia
entre la vida y la muerte.
El cuarto de baño de Catelyn estaba siempre caliente y lleno de vapor, y las paredes eran
cálidas. Aquel ambiente le recordaba a Aguasdulces, a los días al sol con Lysa y Edmure. Pero Ned
nunca había soportado el calor. Los Stark estaban hechos para el frío, le decía. Ella siempre se reía y le
replicaba que, en ese caso, habían elegido el peor lugar para edificar el castillo.
De manera que, cuando terminaron, Ned se dio media vuelta y se bajó de la cama como ya
había hecho mil veces. Atravesó la habitación, descorrió los pesados cortinajes y fue abriendo de una
en una las ventanas altas y estrechas para que la cámara se llenara con el aire de la noche.
El viento le azotó el cuerpo desnudo cuando se asomó a la oscuridad con las manos vacías.
Catelyn se subió las pieles hasta la barbilla y lo miró. Le parecía más menudo, más vulnerable, como
el joven con el que se había casado en el sept de Aguasdulces hacía quince largos años. Sentía las
ingles doloridas, el sexo había sido apasionado y apremiante. Era un dolor grato. Notaba la semilla de
su esposo en su interior, y rezó para que diera fruto. Ya habían pasado tres años desde que naciera
Rickon. No era demasiado vieja, aún podía darle otro hijo.
—Le diré que no —decidió Ned mientras se volvía hacia ella. La preocupación se reflejaba en
sus ojos, tenía una sombra de duda en la voz.
—No puedes —dijo Catelyn mientras se incorporaba en la cama—. No puedes y no debes.
—Mi deber está aquí, en el norte. No quiero ser la Mano de Robert.
—No lo va a entender. Ahora es rey, y los reyes no son como los otros hombres. Si te niegas a
hacer lo que te pide querrá saber por qué, y tarde o temprano empezará a pensar que estás en su contra.
¿No comprendes que eso nos pondría en peligro a todos?
—Robert jamás me haría daño ni a mí ni a mi familia. —Ned sacudió la cabeza rehusando
aceptar esa posibilidad—. Estamos más unidos que si fuéramos hermanos. Si me niego, rugirá, gritará
y maldecirá, y antes de una semana nos estaremos riendo del tema juntos. Lo conozco.
—¡Conocías a Robert! —replicó ella—. Al rey no lo conoces de nada. —Catelyn recordó a la
hembra de huargo muerta en la nieve, con el asta clavada en la garganta. Tenía que hacérselo
entender—. Para un rey el orgullo lo es todo, mi señor. Robert ha venido hasta aquí a verte, para
otorgarte ese gran honor; no se lo puedes escupir a la cara.
—¿Honor? —Ned rió con amargura.
—A sus ojos, sí.
—¿Y a los tuyos?
—Sí, a los míos también. —Ahora ella también estaba enfadada. ¿Por qué su esposo no lo
entendía?—. Se ofrece a casar a su hijo con nuestra hija, ¿es que eso no es un honor? Sansa podría
llegar a ser reina. Sus hijos serían reyes de todo lo que hay entre el Muro y las montañas de Dorne.
¿Qué tiene eso de malo?
—Por los dioses, Catelyn, Sansa no tiene más que once años —dijo Ned—. Y Joffrey tiene...
tiene...
—Tiene derecho a heredar el Trono de Hierro —terminó la frase Catelyn—. Y yo sólo tenía
doce años cuando mi padre me prometió a tu hermano Branden.
—Branden. —Aquello hizo que Ned frunciera los labios con amargura—. Sí. Brandon sabría
qué hacer. Siempre sabía qué hacer. Todo tenía que haber sido para Brandon. Tú, Invernalia... todo. Él
sí nació para ser la Mano del Rey y padre de reinas. Yo no pedí ocupar su puesto.
—No —dijo Catelyn—, pero Brandon murió, tú ocupas su lugar y tienes que cumplir con tu
deber, te guste o no.
Ned se apartó de ella y volvió a la noche. Clavó los ojos en la oscuridad. Quizá contemplaba
la luna y las estrellas, o tal vez a los centinelas de la muralla.
Catelyn se enterneció al ver su dolor. Eddard Stark se había desposado con ella para ocupar el
lugar de Brandon, según mandaba la costumbre, pero la sombra de su hermano muerto aún se
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