canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 30
literatura fantástica
Juego de tronos
JON
Había ocasiones, aunque no muchas, en las que Jon Nieve se alegraba de ser el hijo bastardo.
Aquella noche, mientras se llenaba una vez más la copa de vino de la jarra de un mozo que pasaba
junto a él, pensó que ésa era una de ellas.
Volvió a ocupar su lugar en el banco, entre los escuderos jóvenes, y bebió. El sabor dulce y
afrutado del vino veraniego le impregnó la boca y dibujó una sonrisa en sus labios.
La sala principal de Invernalia estaba llena de humo y el aire cargado del olor a carne asada y
a pan recién hecho. Los estandartes cubrían los muros de piedra gris. Blanco, oro y escarlata: el huargo
de los Stark, el venado coronado de los Baratheon y el león de los Lannister. Un trovador tocaba el
arpa alta al tiempo que recitaba una balada, pero en aquel rincón de la sala apenas se lo escuchaba por
encima del crepitar de las llamas, el estrépito de los platos y las copas, y el murmullo de cientos de
conversaciones ebrias.
Corría la cuarta hora del festín de bienvenida dispuesto en honor al rey. Los hermanos de Jon
ocupaban sitios asignados con los príncipes, junto al estrado donde Lord y Lady Stark agasajaban a los
reyes. Seguramente su padre permitiría a los niños beber una copa de vino dada la importancia de la
ocasión, pero sólo una. En cambio allí abajo, en los bancos, nadie impedía a Jon beber tanto como
quisiera para saciar su sed.
Y estaba dándose cuenta de que tenía la sed de un hombre, para regocijo de los jóvenes que lo
rodeaban y lo animaban a servirse de nuevo cada vez que vaciaba la copa. Eran buenos muchachos, y
Jon disfrutaba de las historias que contaban, anécdotas de peleas, de cama y de caza. Estaba seguro de
que sus compañeros eran más divertidos que los hijos del rey. Para satisfacer su curiosidad le había
bastado observar a los visitantes cuando entraron en la sala. El cortejo había pasado a escasa distancia
del lugar que se le había asignado en el banco, y Jon había tenido ocasión de examinar a cada uno de
ellos.
Su señor padre iba a la cabeza, acompañando a la reina. Era tan bella como comentaban los
hombres. Se adornaba la larga cabellera rubia con una diadema engastada con piedras preciosas, cuyas
esmeraldas le hacían juego con los ojos verdes. Su padre la ayudó a subir a la tarima y la acompañó a
su asiento, pero la reina ni siquiera lo miró. Jon vio lo que ocultaba tras su sonrisa, pese a sus catorce
años.
A continuación iba el rey Robert, con Lady Stark del brazo. Para Jon, el rey fue una gran
decepción. Su padre le había hablado a menudo de él: el sin par Robert Baratheon, demonio del
Tridente, el guerrero más feroz del reino, un gigante entre los príncipes... Jon sólo veía a un hombre
gordo y de rostro congestionado bajo la barba, que sudaba en sus ropas de seda. Caminaba como si ya
hubiera bebido bastante.
Tras ellos llegaron los niños. El pequeño Rickon iba el primero, con toda la dignidad que era
posible en un chiquillo de tres años. Jon había tenido que apremiarlo para que siguiera avanzando,
porque se detuvo ante él para charlar. Justo detrás iba Robb, vestido con ropas de lana gris con ribetes
blancos, los colores de los Stark. Llevaba del brazo a la princesa Myrcella. Era apenas una chiquilla,
no llegaba a los siete años, con una cascada de rizos dorados recogidos en una redecilla enjoyada. Jon
advirtió las miradas de reojo que lanzaba a Robb mientras avanzaban entre las mesas y las sonrisas
tímidas que le dirigía. Le pareció muy sosa. Y Robb ni siquiera se daba cuenta de lo idiota que era; le
sonreía como un bobo.
Sus medio hermanas iban con los príncipes. A Arya le había tocado acompañar a Tommen, un
niño regordete que llevaba el pelo rubio, casi blanco, más largo que ella. Sansa, dos años mayor, iba
con el príncipe heredero, Joffrey Baratheon. El muchacho tenía doce años, era más joven que Jon y
que Robb, pero para consternación de Jon los superaba a ambos en altura. El príncipe Joffrey tenía el
cabello de su hermana y los ojos verde oscuro de su madre. Los espesos rizos dorados le caían sobre la
gargantilla de oro y el cuello alto de terciopelo. Sansa, a su lado, parecía radiante de felicidad, pero a
Jon no le gustaron los labios fruncidos de Joffrey, ni la mirada aburrida y desdeñosa que dirigió al
salón principal de Invernalia.
Le interesó mucho más la pareja que iba detrás de él: los hermanos de la reina, los Lannister
de Roca Casterly. El León y el Gnomo. No había manera de confundirlos. Ser Jaime Lannister era
hermano gemelo de la reina Cersei: alto, rubio, con ojos verdes deslumbrantes y una sonrisa que
cortaba como un cuchillo. Iba vestido con ropas de seda escarlata, botas altas negras y capa negra de
raso. En el pecho de la túnica se veía el león rugiente de su Casa, bordado en hilo de oro. Lo llamaban
el León de Lannister cuando estaba presente, y Matarreyes a sus espaldas.
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