canciones de hielo y fuego Cancion de hielo y fuego 1 | Page 28

literatura fantástica Juego de tronos suavizó—. Bueno, ya basta del tema. Tengo cosas más importantes que comentar, y no pienso discutir contigo. —Robert agarró a Ned por el codo—. Te necesito, Ned. —Siempre a tus órdenes, Alteza. Siempre. —Era lo que tenía que decir, y lo dijo, temiendo lo que venía a continuación. Robert no dio señas de haberlo oído. —Aquellos años que pasamos en el Nido de Águilas... Dioses, fueron buenos tiempos, ¿eh? Quiero que vuelvas a estar a mi lado, Ned. Te necesito en Desembarco del Rey, no aquí, en el fin del mundo, donde no le sirves de nada a nadie. —Robert clavó la vista en la oscuridad, tan melancólico como un Stark durante un momento—. Te lo juro, sentarse en un trono es mil veces más duro que conquistarlo. La ley es un asunto tedioso y contar calderilla aún más. Y los súbditos... siempre hay súbditos, siempre, y todos quieren verme. Me tengo que sentar en esa maldita silla de hierro y escuchar sus quejas hasta que se me queda la mente en blanco y el culo en carne viva. Todos quieren algo, dinero, o tierras, o justicia. Y las mentiras que me cuentan... ni te imaginas. Y las damas y caballeros de mi corte son iguales. Estoy rodeado de imbéciles y aduladores. Es como para volverse loco, Ned. La mitad de ellos no se atreven a decirme la verdad, y la otra mitad no la sabe. Hay noches en que deseo que nos hubieran derrotado en el Tridente. Bueno, no, no es en serio, pero... —Te comprendo —dijo Ned con voz amable. —Lo sé —dijo Robert mirándolo—. Pero eres el único, amigo mío. —Sonrió—. Lord Eddard Stark, te nombro Mano del Rey. Ned se dejó caer sobre una rodilla. La oferta no le sorprendía. Si no era para eso, ¿qué objetivo tenía el viaje de Robert? La Mano del Rey era el segundo hombre más poderoso de los Siete Reinos. Hablaba con la voz del rey, tenía el mando de los ejércitos del rey, y redactaba las leyes del rey. En ocasiones incluso se sentaba en el Trono de Hierro para impartir la justicia del rey, cuando éste estaba ausente, o enfermo, o indispuesto por cualquier motivo. Robert estaba poniendo en sus manos una responsabilidad del tamaño del mismísimo reino. Era la última cosa en el mundo que Ned deseaba. —Alteza —dijo—, no soy digno de ese honor. —Si quisiera concederte algún honor —gruñó Robert impaciente, pero de buen humor—, permitiría que te retirases. Mi intención es que controles el reino y pelees en las guerras mientras yo me dedico a comer, a beber y a acostarme con chicas; tres actividades que me llevarán pronto a la tumba. —Se dio una palmada en la barriga y sonrió—. ¿Sabes qué se dice del rey y su Mano? —Lo que el rey sueña, la Mano lo crea. —Ned lo sabía. —Una vez me llevé a la cama a una pescadera que me contó que el pueblo llano tiene una versión mejor del dicho. Dicen que el rey come y la Mano limpia la mierda. Echó la cabeza hacia atrás en una estruendosa carcajada. Los ecos resonaron en la oscuridad, y los muertos de Invernalia parecieron mirar a los dos hombres con ojos fríos y reprobatorios. Por fin las carcajadas cesaron. Ned seguía con una rodilla hincada en el suelo, mirando hacia arriba. —Por los dioses, Ned —se quejó el rey—. Al menos podrías sonreír. —Dice la voz popular que aquí hace tanto frío en invierno que a uno se le congela la risa en la garganta y lo ahoga —dijo Ned con tono neutro—. Quizá por eso los Stark no tenemos mucho sentido del humor. —Ven conmigo al sur y te enseñaré a reír de nuevo —prometió el rey—. Me ayudaste a conseguir este maldito trono, ahora ayúdame a conservarlo. Nuestro destino era gobernar juntos. De no ser por la muerte de Lyanna habríamos sido parientes, nos uniría la sangre, no sólo el afecto. Pero no es demasiado tarde. Tengo un hijo, y tú una hija. Mi Joff y tu Sansa unirán nuestras casas, como en el pasado quisimos hacer Lyanna y yo. —Sansa no tiene más que once años. —Aquella oferta sí que lo había sorprendido. —Edad suficiente para prometerse —dijo Robert agitando una mano en gesto impaciente—. Lo del matrimonio puede esperar unos años. —El rey sonrió—. Maldita sea, ponte de pie y di que sí. —Nada me sería más grato, Alteza —respondió Ned. Titubeó un instante—. Estos honores son tan inesperados... ¿te importa si medito un poco antes de responderte? Tengo que hablar con mi esposa... 28