BURDIN-HITZAK | Page 14

Tienes tanto dolor ahí arriba encaramado que si pudieras abrazar el mundo, moriría ahogado en un susurro. Te incorporas suavemente y miras hacia el frente. Levantas la barbilla replegada sobre tu pecho y piensas: "si ahora cae mi cuerpo, cae un cuerpo sin nombre, sin patria, sin sentido, sin identidad; indefinido. Se precipitaría un bulto y se sumergiría en la profunda indiferencia del mundo." Y ese aguijón, que se hunde cada vez con más ganas en tu cuerpo. Y esas gotas de sangre, que se deslizan por tu pantalón, por tus muslos y recorren los miles de caminos de alambre fino y frío de ese vallado. Sin dirección, sin sentido. Se resbalan, se descuelgan y quedan suspendidas, un segundo, hasta golpear con rabia y sin precisión el mullido suelo. ¡ Y tienes tanto miedo ahí subido! Con esos ruidos que la noche amplifica, con esos ecos que reverberan en el espacio infinito de tu oscuridad, que tiemblas como cuando te besan, como cuando te rozan con un dedo tus carnosos labios. Un escalofrío te recorre por dentro y por fuera, todo tu ser estremecido. Y en la soledad absoluta de una noche sin fin tienes la certeza de no conseguir tu propósito. El otro lado de la alambrada está tan lejano de ti como esos puntos de luz que tu cansada vista vislumbra en la inmensidad de la noche. Y esa certeza se te clava más profundamente que las púas de la alambrada. La verdad duele. Duele muy dentro y se expande por todos los recovecos de tu cuerpo. Y tu cuerpo convulsiona entre espasmos angustiosos de lágrimas secas. Tu cuerpo lacerado, exhausto y expuesto. Tu cabello crespo, tus brazos alargados cubriendo tu delgado cuerpo... La camisa rasgada y los pantalones destrozados, tus piernas magulladas en un esfuerza vano. Tu sangre, tu sangre caída en ningún lugar y en ninguna parte vertida.