book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 3
Capítulo 1
Mi operación de rescate sale fatal
El viernes antes de las vacaciones de invierno, mi madre me preparó una bolsa de viaje y unas cuantas
armas letales y me llevó a un nuevo internado. Por el camino recogimos a mis amigas Annabeth y
Thalia.
Desde Nueva York a Bar Harbor, en Maine, había un trayecto de ocho horas en coche. El aguanieve
caía sobre la autopista. Hacía meses que no veía a aquellas amigas, pero entre aquella ventisca y lo que
nos esperaba, estábamos demasiado nerviosos para decirnos gran cosa. Salvo mi madre, claro. Ella, si
está nerviosa, todavía habla más. Cuando llegamos finalmente a Westover Hall estaba oscureciendo y
mi madre ya les había contado las anécdotas más embarazosas de mi historial infantil, sin dejarse una
sola.
Thalia limpió los cristales empañados del coche y escudriñó el panorama con los ojos entornados.
—¡Uf! Esto promete ser divertido.
Westover Hall parecía un castillo maldito: todo de piedra negra, con torres y troneras y unas puertas de
madera imponentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y,
por el otro, el océano gris y rugiente.
—¿Seguro que no quieres que os espere? —preguntó mi madre.
—No, gracias, mamá. No sé cuánto tiempo nos va a llevar esto. Pero no te preocupes por nosotros.
—Claro que me preocupo, Percy. ¿Y cómo pensáis volver?
Rogué no haberme ruborizado. Bastante incómodo era ya tener que recurrir a ella para que me llevase
en coche a mis batallas.
—Todo irá bien, señora Jackson —terció con una sonrisa Annabeth, que llevaba el pelo rubio recogido
bajo una gorra. Sus ojos brillaban con el mismo tono gris del mar revuelto—. Nosotras nos
encargaremos de mantenerlo a salvo.
Mi madre pareció calmarse un poco. Annabeth es para ella la semidiosa más sensata que ha llegado
jamás a octavo curso. Está convencida de que, si no me han matado, más de una vez ha sido gracias a
Annabeth. Lo cual es cierto, pero eso no significa que me guste reconocerlo.
—Muy bien, queridos —dijo mi madre—. ¿Tenéis todo lo que necesitáis?
—Sí, señora Jackson —respondió Thalia—. Y gracias por el viaje.
—¿Jerséis suficientes? ¿Mi número de móvil?
—Mamá…
—¿Néctar y ambrosía, Percy? ¿Un dracma de oro por si tenéis que contactar con el campamento?
—¡Mamá, por favor! Todo va a ir bien. Vamos, chicas.
Pareció algo dolida por mi respuesta, lo cual me sentó mal, pero ya tenía ganas de bajarme del coche.
Antes que oír otra historia sobre lo mono que estaba en la bañera a los tres años, prefería excavar una
madriguera en la nieve y morir congelado.
Annabeth y Thalia me siguieron. El viento me atravesaba el abrigo con sus dagas heladas.
—Tu madre es estupenda, Percy —dijo Thalia en cuanto el coche se perdió de vista.
—Pse, bastante pasable —reconocí—. ¿Qué me dices de ti? ¿Tú estás en contacto con tu madre?
Me arrepentí en cuanto lo dije. A Thalia se le dan muy bien las miradas fulminantes. Cómo se le iban a
dar mal con toda esa ropa punk que lleva —chaqueta del ejército rota, pantalones de cuero negro,
cadenas plateadas—, y sobre todo con esos ojos azules maquillados con una gruesa raya negra. La
mirada que me lanzó esta vez fue tremebunda.
—Eso no es asunto tuyo, Percy…
—Será mejor que entremos ya —la interrumpió Annabeth—. Grover debe de estar esperándonos.
Thalia echó un vistazo al castillo y se estremeció.