book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 147

cómo se las habían ingeniado para entrar en el campamento, pero eso ahora no importaba. No iba a conseguir ayuda a tiempo. —¡Pretendes matarme! —chilló Nico—. ¿Tú has traído… estas cosas? —¡No! Quiero decir… sí, me han seguido, pero no… ¡Corre, Nico! No es posible destruirlos. —¡No me fío de ti! El primer esqueleto se lanzó a la carga. Desvié su mandoble, pero los otros tres también se me echaban encima. Partí a uno por la mitad, aunque empezó a recomponerse de inmediato. Le corté a otro la cabeza, pero su cuerpo seguía luchando. —¡Corre, Nico! —grité—. Ve a pedir ayuda. —¡No! —respondió él, tapándose los oídos. No podía luchar con los cuatro a la vez, sobre todo porque no había modo de matarlos. Lancé tajos a diestra y siniestra, giré a toda velocidad, paré un montón de golpes y los atravesé con mi espada, pero los esqueletos seguían como si nada. Era sólo cuestión de minutos. Los zombis acabarían derrotándome. —¡No! —gritó Nico—. ¡Marchaos! El suelo retumbó y los esqueletos se quedaron inmóviles. Yo me aparté rodando justo cuando se abría a sus pies una grieta y el suelo se desgarraba como una boca ávida. De la grieta surgió una llamarada y luego la tierra se tragó a los esqueletos con un gran crujido: ¡¡crunch!! Silencio. En el lugar donde hacía unos segundos habían estado los esqueletos se veía ahora una marca de seis metros que recorría en zigzag el suelo de mármol del pabellón. No quedaba ni rastro de los guerrerosesqueleto. Miré a Nico sobrecogido. —¿Cómo has…? —¡Vete! —chilló—. ¡Te odio! ¡Ojalá estuvieras muerto! Y bajó corriendo las escaleras y se internó en el bosque. Me lancé en su persecución, pero resbalé y caí por los escalones helados. Cuando volví a levantarme, vi lo que me había hecho resbalar. Recogí la figura del dios que Bianca había tomado de la chatarrería para llevársela a Nico. «La única que le falta», me había dicho. Un último regalo de su hermana. La miré con pavor, pues ahora comprendía por qué su cara me resultaba familiar. La había visto en otra ocasión. Era la figura de Hades, el señor de los muertos. *** Annabeth y Grover me ayudaron a buscar por el bosque, pero no había ni rastro de Nico di Angelo. —Tenemos que contárselo a Quirón —dijo Annabeth, jadeando. —No —respondí. Ella y Grover me miraron. —Humm… —murmuró Grover, nervioso—. ¿Qué quiere decir ese no? Yo mismo estaba intentando entender por qué lo había dicho. Me había salido instintivamente. —No podemos dejar que se sepa. No creo que nadie se haya dado cuenta de que Nico es… —Un hijo de Hades —remató Annabeth—. Percy, ¿te haces una idea de lo grave que es esto? ¡También Hades rompió su juramento! ¡Es terrible! —No lo creo —contesté—. No creo que rompiera su juramento. —¿Cómo que no? —Él es su padre —dije—, pero Bianca y Nico llevaban fuera de circulación mucho tiempo, desde antes de la Segunda Guerra Mundial. —¡El Casino Loto! —exclamó Grover. Y le contó a Annabeth la conversación que habíamos mantenido con Bianca—. Ella y Nico estuvieron encerrados en ese sitio durante décadas. Pero habían nacido antes de que se hiciera el juramento.