Boletín SUAyED Psicología marzo-abril Octubre 2018 | Page 12

Estereotipo de género es un término que se ha utilizado para referir a las preconcepciones acerca de los atributos, características o roles asignados a las personas según su pertenencia a un grupo particular sin tener en cuenta sus habilidades, deseos, necesidades e individualidad (Suárez, 2006). Distorsionan la realidad y perpetúan creencias gracias a la transmisión de usos y costumbres poco reflexivas de generación a generación, mismas que se naturalizan y enraizan en las sociedades ya sin ser cuestionadas, sólo se asumen y viven como verdades (Amurrio, Larrinaga, Usategui y Del Valle, 2012).

Los estereotipos enfatizan la construcción de dos moldes extremos y opuestos: masculino y femenino donde sólo se puede ser uno u otro, es decir, que todo aquello considerado como femenino no está permitido para lo que es masculino y al estar lo primero relacionado a la mujer y lo segundo al hombre, básicamente hacen un enfrentamiento. La cultura será quien determine que es apropiado e inapropiado, moral e inmoral, saludable o enfermo (Álvarez-Gayou, 2006)

Estas ideas de cómo se debe ser, atraviesan las experiencias de las personas haciéndolas vulnerables cuando el molde asignado para su condición como grupo no encaja. La adolescencia, etapa de la vida considerada como crucial para la formación de una identidad, es especialmente sensible a las figuras estereotipadas que se han construido para ese momento de la vida y grupo en específico. Las áreas más bombardeadas son las relaciones afectivas, sexuales, las formas de ser masculino/a y femenino/a, pues aunque en la actualidad se les permite tener alguno de los dos matices de género, aún se enmarca en qué aspectos y medida. Más allá de lo evidente ¿Cuál es el problema de los estereotipos en la adolescencia y la formación de su identidad?

En su configuración, los estereotipos no hacen figura como elementos a reflexionar o lo están tenuemente en el vivir de las personas, pues no son adquiridos por medio de la experiencia ni de la razón sino que se transmiten y replican por medio de la socialización (Amurrio, Larrinaga, Usategui y Del Valle, 2012). Como lo diría Judith Butler, preformando una y otra vez como “se debe ser” haciendo lo culturalmente establecido un destino para las personas (Butler, 2017).

La adolescencia es una de las etapas más importantes en la formación de la identidad. Es un periodo en el que se presentan modificaciones profundas: un acelerado crecimiento físico y cambios en la forma del cuerpo, la búsqueda de un lugar propio en la sociedad, nuevas herramientas de pensamiento para abordar las problemáticas y de entender la realidad y la vida. Dichos procesos estarán irremediablemente acompañados por los estereotipos establecidos en ese momento (Delval, 1994).

El inconveniente no es necesariamente esa forma de ser que se ha impuesto como la mejor o la ideal, pues sin duda habrá varias personas que quepan en ella, la inconformidad es que sea la única y que su sola existencia desplace a las otras convirtiéndolas en lo raro, feo, desagradable, poco común y más adjetivos descalificadores que se puedan sumar. El problema no es que sean falsos es que son verdades incompletas. Las personas que se encuentren en el poder (económico, racial, de género, etc.) darán la posibilidad a una historia de ser la única y más conveniente para mantener su estatus. El hecho de que se cuente una sola historia de cómo se puede ser, nos hace vulnerables, especialmente cuando se es adolescente. Narrar una única forma de vivirse crea estereotipos que enfatizan en las diferencias, y que en la vida real pocos pueden identificarse (Ngozi, 2009).

La propuesta es que se pueda existir tal y como se es, dar la posibilidad a los y las jóvenes de identificarse con figuras que se parezcan a ellos/ellas; diversas preferencias genéricas, tonos de piel, costumbres, gustos, ideales, etc. Este cometido se ha logrado contando otras historias, otras formas de estar, haciendo equilibro, hecho que dará y ha dado poder y humanidad.

El riesgo de los estereotipos

en la adolescencia

Los estereotipos enfatizan la construcción de dos moldes extremos y opuestos: masculino y femenino donde sólo se puede ser uno u otro, es decir, que todo aquello considerado como femenino no está permitido para lo que es masculino y al estar lo primero relacionado a la mujer y lo segundo al hombre, básicamente hacen un enfrentamiento. La cultura será quien determine que es apropiado e inapropiado, moral e inmoral, saludable o enfermo (Álvarez-Gayou, 2006)

Estas ideas de cómo se debe ser, atraviesan las experiencias de las personas haciéndolas vulnerables cuando el molde asignado para su condición como grupo no encaja. La adolescencia, etapa de la vida considerada como crucial para la formación de una identidad, es especialmente sensible a las figuras estereotipadas que se han construido para ese momento de la vida y grupo en específico. Las áreas más bombardeadas son las relaciones afectivas, sexuales, las formas de ser masculino/a y femenino/a, pues aunque en

pues aunque en la actualidad se les permite tener alguno de los dos matices de género, aún se enmarca en qué aspectos y medida. Más allá de lo evidente ¿Cuál es el problema de los estereotipos en la adolescencia y la formación de su identidad?

En su configuración, los estereotipos no hacen figura como elementos a reflexionar o lo están tenuemente en el vivir de las personas, pues no son adquiridos por medio de la experiencia ni de la razón sino que se transmiten y replican por medio de la socialización (Amurrio, Larrinaga, Usategui y Del Valle, 2012). Como lo diría Judith Butler, preformando una y otra vez como “se debe ser” haciendo lo culturalmente establecido un destino para las personas (Butler, 2017).

La adolescencia es una de las etapas más importantes en la formación de la identidad. Es un periodo en el que se presentan modificaciones profundas: un acelerado crecimiento físico y cambios en la forma del cuerpo, la búsqueda de un lugar propio en la sociedad, nuevas herramientas de pensamiento para abordar las problemáticas y de entender la realidad y la vida. Dichos procesos estarán irremediablemente acompañados por los estereotipos establecidos en ese momento (Delval, 1994).

El inconveniente no es necesariamente esa forma de ser que se ha impuesto como la mejor o la ideal, pues sin duda habrá varias personas que quepan en ella, la inconformidad es que sea la única y que su sola existencia desplace a las otras convirtiéndolas en lo raro, feo, desagradable, poco común y más adjetivos descalificadores que se puedan sumar. El problema no es que sean falsos es que son verdades incompletas. Las personas que se encuentren en el poder (económico, racial, de género, etc.) darán la posibilidad a una historia de ser la única y más conveniente para mantener su estatus. El hecho de que se cuente una sola historia de cómo se puede ser, nos hace vulnerables, especialmente cuando se es adolescente. Narrar una única forma de vivirse crea estereotipos que enfatizan en las diferencias, y que en la vida real pocos pueden identificarse (Ngozi, 2009).

La propuesta es que se pueda existir tal y como se es, dar la posibilidad a los y las jóvenes de identificarse con figuras que se parezcan a ellos/ellas; diversas preferencias genéricas, tonos de piel, costumbres, gustos, ideales, etc. Este cometido se ha logrado contando otras historias, otras formas de estar, haciendo equilibro, hecho que dará y ha dado poder y humanidad.

las relaciones afectivas, sexuales, las formas de ser masculino/a y femenino/a, pues aunque en la actualidad se les permite tener alguno de los dos matices de género, aún se enmarca en qué aspectos y medida. Más allá de lo evidente ¿Cuál es el problema de los estereotipos en la adolescencia y la formación de su identidad?

En su configuración, los estereotipos no hacen figura como elementos a reflexionar o lo están tenuemente en el vivir de las personas, pues no son adquiridos por medio de la experiencia ni de la razón sino que se transmiten y replican por medio de la socialización (Amurrio, Larrinaga, Usategui y Del Valle, 2012). Como lo diría Judith Butler, preformando una y otra vez como “se debe ser” haciendo lo culturalmente establecido un destino para las personas (Butler, 2017).

La adolescencia es una de las etapas más importantes en la formación de la identidad. Es un periodo en el que se presentan modificaciones profundas: un acelerado crecimiento físico y cambios en la forma del cuerpo, la búsqueda de un lugar propio en la sociedad, nuevas herramientas de pensamiento para abordar las problemáticas y de entender la realidad y la vida. Dichos procesos estarán irremediablemente acompañados por los estereotipos establecidos en ese momento (Delval, 1994).

El inconveniente no es necesariamente esa forma de ser que se ha impuesto como la mejor o la ideal, pues sin duda habrá varias personas que quepan en ella, la inconformidad es que sea la única y que su sola existencia desplace a las otras convirtiéndolas en lo raro, feo, desagradable, poco común y más adjetivos descalificadores que se puedan sumar. El problema no es que sean falsos es que son verdades incompletas. Las personas que se encuentren en el poder (económico, racial, de género, etc.) darán la posibilidad a una historia de ser la única y más conveniente para mantener su estatus. El hecho de que se cuente una sola historia de cómo se puede ser, nos hace vulnerables, especialmente cuando se es adolescente. Narrar una única forma de vivirse crea estereotipos que enfatizan en las diferencias, y que en la vida real pocos pueden identificarse (Ngozi, 2009).

La propuesta es que se pueda existir tal y como se es, dar la posibilidad a los y las jóvenes de identificarse con figuras que se parezcan a ellos/ellas; diversas preferencias genéricas, tonos de piel, costumbres, gustos, ideales, etc. Este cometido se ha logrado contando otras historias, otras formas de estar, haciendo equilibro, hecho que dará y ha dado poder y humanidad.

Jessica Gómez Rodríguez

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