Blablerías Nº 20 - Enero 2017 | Page 15

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legó cansada a la sala de espera. Vio

que había solo dos lugares vacíos: una

silla, en la que sentó a su madre y la esquina de un sillón enorme de pana marrón. Pagó la consulta a la secretaria amable y odiosa, irónica y distante, para después desplomarse sobre la pana y dejarse caer, hundirse, descansar. Una mujer mayor, a su lado, empezó a hablarle. Le contó que había sido maestra, que había sido directora, que después se jubiló y enviudó o al revés, que cuando se jubiló o al revés, se vino a Buenos Aires. Que volvió a casarse “con él”, le indica mientras cabecea hacia un hombre también mayor, erguido en una silla. Le cuenta que es de un lugar con playa (¿cuál era?), que vivió allí treinta años y todavía conserva una sombrilla porque va todos los años después de Navidad. ¡Ah, sí! Necochea. La mujer mayor es de Necochea, pero a ella no le importa, porque está muy cansada y da lo mismo un lugar u otro en la playa. La mujer habla y habla hasta que ella le da una trompada en el medio de la cara. No es el “cross a la mandíbula” de Arlt (no le da para tanto); es solo una trompada en la nariz. Sin embargo, la mujer sigue hablando como si nada y ella se va adormeciendo. Solamente la distrae un joven bien vestido -traje gris y ojotas-, que cada vez que se sienta, hace sonar un timbre. En realidad no es así. La secuencia es: se abre la puerta del consultorio, sale un paciente, entra otro paciente que desocupa una silla, el joven se sienta, suena el timbre, la secretaria amable y odiosa, irónica y distante abre la puerta y el joven se levanta, cediendo el lugar. Al principio, ella y el joven sonríen, divertidos. Pero a la cuarta o quinta vez, ella empieza a reírse a carcajadas, fuerte, tan fuerte que le duele la cara y le caen gotitas de los ojos. El joven ya no la mira. Nadie la mira y eso ayuda a que ella se relaje y se vaya adormeciendo en la pana. Entonces se le ocurre una maldad: sacar de su eje a la secretaria. Salir, tocar el timbre, que la odiosa y amable le abra la puerta y volver a salir, para tocar el timbre y que la irónica y distante abra. Así, hasta que la odiosa, distante, irónica se enoje, y ella pueda escupirle todo su cansancio. Darle el “cross a la mandíbula” y verla caer, desprolija, asustada, humillada.

Se levanta, le avisa a su madre que saldrá un momento. Abre la puerta. Entonces descubre la escalera que rodea al ascensor. Los escalones de mármol, prolijos, limpios, uno debajo del otro, la invitan a pisar. El pasamano de bronce brillante no aguanta más esperando que lo ensucien. Baja un escalón y luego otro. Así, los cinco pisos. Algunos descansos tienen cuadros; otros, plantas; otro, nada. Va dejando sus dedos y la transpiración de su mano marcados en el bronce.

La puerta del edificio está abierta. Se asoma. El aire la despabila. No camina por Callao porque por esa avenida solo ruedan los locos y la luna. Toma por Santa Fe. Se detiene en una vidriera y ve una camisa que le gusta. Llama a su esposo para saber si ya tiene crédito en la tarjeta, pero no, mejor otro día, porque también se entusiasma con unas sandalias. En la vereda de enfrente, una heladería la tienta. Siente derretirse el dulce de leche en su boca. Le llevaría demasiado tiempo tomar tranquila un helado, y su madre se asustaría en la sala de espera, de tanta espera. Sigue caminando y observa, como cuando era niña, Buenos Aires arriba: las cúpulas, los ventanales, las gárgolas. Camina, camina. Atraviesa Pueyrredón, cruza Coronel Díaz. Después, ya no mira nada. Pasa por Plaza Italia y le duele el metrobus que la parte en dos, como a la ciudad. Santa Fe se convierte en Cabildo y el metrobus la sigue. Cabildo ahora es Maipú y después zona norte tan abierta, tan aireada, tan libre.

Entonces, se da cuenta de que es de noche y quiere regresar, porque su madre debe haberse asustado ya varias veces.

Abre los ojos. La sala de espera está vacía, a oscuras. Ni siquiera su madre la esperó. La pana marrón le hace transpirar el antebrazo. Y ella se relaja, se hunde, cansada de tanto caminar.

Cansancio

Cuento

de Liliana Lahis

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