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Poesía
as
Durante doce años llevé las cartas perfumadas
a la casona en ruinas.
Subía los crujientes escalones del pórtico
y las dejaba caer en el buzón de bronce
con un dejo de horror.
Bien no sabía
pero los sobres en mi mano experta
parecían latir
tal si dentro aletease un colibrí.
A poco averiguar –la ciudad no es tan grande-
supe que allí habitó y se moriría
un oscuro escritor. Un solo libro se le editara en vida.
Una novela sobre su soledad, filosofías
de cuidar flores y preguntarse estrellas.
Di con un ejemplar tras mucha busca:
Abelardo Lanuel; alto, rubión, maduro,
con una cara de dolerle todo,
desde la contratapa lanzaba su botella
a un mar apático de nadies lejanísimos.
También sé yo de angustias como esas.
Y cierto día, al pujar contra el buzón repleto
se desprendió una solapa y el perfume
soltó su colibrí de amor antiguo,
y un nombre de mujer y una ternura.
Y así supe:
De otra ciudad enorme venían esas cartas
de una casa pequeña y de una biblioteca
con un solo volumen y un vasito a su lado
que mudaba jazmines cada martes.
He cometido un pecado, reconozco.
Uno y no dos. Forcé la cerradura
y me leí una a una esas palomas
desde donde otra soledad sin fondo
donaba su corazón deshabitado
para aquel escritor a mucho muerto.
Un pecado y no dos, insisto. Y visité a la dama.
Calvo y menudo y sin rasgos franceses
toqué la aldaba y pronuncié aquel nombre:
—Lanuel…
Ella dudó un instante, los párpados abajo
como quien porfía a ojos cerrados
seguir dormido para que el sueño siga.
A sus espaldas, mientras el té llenaba nuestras tazas
vi mi rostro francés de contratapa
dolido en su repisa.
Prendí el mustio jazmín en mi solapa
y sonreí.
Apenas, levemente, sonreí
para no despertar, ni despertarla.
—Pues bien, estoy aquí. Gracias por esas cartas
dije yo, dijo él; poco importaba.
Y entonces ella me dio la bienvenida.
El verdadero
Ilustración: Ali Divandari (publicada en Pinzellades al món)
por Guillermo Silva, El Cuervo
Love of my life
(solo piano) por Queen