Narración
para leer
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2.-Los OBJETOS, obligatoriamente colocados en un sitio visible de la casa, serán recuerdos constantes de los errores cometidos que aportarán la necesaria cuota de arrepentimiento al citado imperfecto.
¡Todos fueron problemas!
Los buenos vecinos pelearon entre sí. La gente andaba cabizbaja y arisca. Caras demacradas, mesas sin apetito y noches con pesadillas.
Lo peor de todo fue que entre tanto desaliento y tanta vergüenza, los errores se hicieron más frecuentes.
Los OBJETOS de Cuasimorto llegaron a la casa del niño que se equivocó en la tabla el nueve; a lo de la muchacha que dijo una mentira; a lo del empleado que se quedó dormido y llegó tarde al trabajo.
Y bien, cierto día un anónimo señor quiso transportar una bolsa con garbanzos. De pronto la bolsa se rompió y los granos empezaron a dispararse para todas partes. El señor miró ansiosamente a su alrededor; lo primero que vio fue un error grande y hueco. Sin pensarlo dos veces vació allí dentro la bolsa de garbanzos y quedó muy satisfecho.
En susurros se lo contó a su esposa, esta a su hija, la hija a su marido y el marido al cadete de la farmacia. De este modo, en poco tiempo, todo el mundo comenzó a verle a sus errores el lado útil.
Quién los usaba de martillo, quién de posafuentes. Alguien se atrevió a pintarlos como adornos navideños.
¡Peor aún! La gente se prestaba errores.
—¿Tendrías un error que pueda servirme para colgar sombreros?
—Préstame ese error para atizar el fuego.
El escándalo llegó a rebelión cuando los vecinos juntaron todos los errores y construyeron juegos para los niños en la plaza del pueblo.
Severo Cuasimorto trató de controlar la rebelión, pero cuando comprendió que era imposible, desconsolado y herido, decidió partir de allí sin dejar huellas.
Lo hizo una mañana muy temprano. Llevaba solo una pequeña maleta donde guardaba el decreto y algunas galletas
de limón. En la mano libre,
llevaba una madera larga y angosta.
Un ciudadano madrugador lo vio irse.
—Adiós, Cuasimorto. ¿Qué es esa enorme madera que llevas contigo?
—El único error que cometí en mi vida.
—¿Y cuál fue ese error, Severo Cuasimorto?
—Confiar en este pueblo de horrendos imperfectos incurables.
Unas horas después, Severo Cuasimorto salía del bosque que rodeaba al pueblo cuando encontró que el río estaba desbordado. El puentecillo que comunicaba las dos orillas estaba cubierto, impidiendo el paso de los que querían llegar o, como en su caso, querían irse muy lejos.
Pasaban las horas, y Cuasimorto, altísimo y flaquísimo, verdoso y anguloso, empezaba a tener frío, hambre. Y hasta un poco de miedo, porque el bosque no se parecía en nada a su oficina cuadrada y oscura. Cuasimorto miró una y otra vez el Objeto Aleccionador que se había enviado a sí mismo hasta que al fin se decidió. ¡Digamos lo que es cierto…! Le tomó mucho tiempo decidirse, pero al fin lo hizo.
Tomó la tabla, se tendió sobre ella boca abajo y, ayudándose con los brazos, atravesó el río hasta la otra orilla.
Le gustara o no, el señor Severo Cuasimortpo tuvo que aceptar que gracias a su error, más un poco de imaginación, más la ropa empapada, pudo seguir avanzando en el camino.
El cuento pertenece al libro Reyes y pájaros de Liliana Bodoc, ilustrado por Matías Trillo, Editorial Norma.