Peques
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EVARISTO
BUSCACUENTOS
* 12
n la reserva de animales Verdetiempo, vivía Evaristo el gato. Evaristo Buscacuentos (¡con apellido y todo!) era un poco negro y otro poco blanco, fortachón y andariego.
Evaristo era un gato feliz: jugaba, comía, tenía amigos... Pero se supo que andaba necesitando algo más: ¡quería que le contaran cuentos! Por eso, aquella mañana, salió decidido a buscar un narrador... ¡un cuentero! Un cuentacuentos. La primera vecina que encontró fue Laurita, la araña, que estaba tejiendo en el tronco de un laurel. Al verla, Evaristo le preguntó:
—Lauri, ¿tenés tiempo para contarme un cuento?
—¡Ay!, mi querido gatito —dijo la araña—, hoy no puedo dejar de tejer ni por un minuto; esta noche tendré visitas y debo atrapar en la tela muchos mosquitos para la cena. Tal vez en otro momento.
Evaristo se marchó lentamente y casi sin darse cuenta llegó a la cueva del oso Agustín. Al verlo, corrió hacia él y le preguntó:
—Agucho, ¿me contás un cuento? De esos que vos conocés, con monos, elefantes, tribus, selvas y...
—No puedo —dijo el oso mientras movía la cabezota en señal de negación—. Hoy comienza el invierno y, como buen oso, tengo que dormir hasta la primavera.
Y con un fuerte bostezo se despidió.
Repentinamente, la tarde tiñó el horizonte de rojo sandía. El viento hizo bailar las hojas doraditas y crujientes que alfombraban el suelo.
Evaristo se paró sobre una piedra, puso cara de gato enamorado y esperó que una idea ingeniosa pasara por su cabeza. Pero la que pasó, en realidad, fue la laucha Trinidad. El gato la llamó, pero ella siguió su camino. (¿Qué laucha confiaría en un gato por más tristón que pareciese?)
Evaristo, sin perder las esperanzas, fue a visitar a Vilma, la lechuza. "Ella seguro que sabe un montón de historias, chistes y cuentos", pensó el gato.
Con las primeras estrellas, Vilma ya se encontraba parada, como una estatua, sobre la rama de un viejo nogal. Cuando la vio, el gato le gritó desde abajo del árbol:
—¡Eh!, Vilma, ¿no tenés ganas de contarme un cuento?
—No, Evaristo —respondió la lechuza —. Yo prefiero observar con mucha atención todo lo que sucede en la reserva. Y más en este momento que acaba de llegar un hombre en busca de descanso y tranquilidad. Se llama Julián, es poeta y cuentero. Es un mago, ¡un mago de la palabra! Vive en la casucha que está cerca del río. De noche escribe, canta y hasta baila. Seguro que él sabe contar cuentos.
Antes de que la lechuza terminara la frase, Evaristo salió como un rayo en dirección a la casa del río. Entró por una pequeña ventana, pasó varias veces en busca de mimos por entre las piernas del poeta, saltó a la mesa, lo miró como saben mirar los gatos (fijo y profundo) y le preguntó:
—¿Podés contarme un cuento?
—¿Uno solo? —dijo Julián.
—Dos o tres… —se animó Evaristo moviendo los bigotes—. Tal vez uno por día sería suficiente.
Al cabo de dos semanas, Julián volvió a su casa de la ciudad, pero no lo hizo solo: regresó a Buenos Aires con Evaristo.
Todas las noches, mientras Julián endulza su café y juega con la cucharita, el gato se acomoda en el sillón azul, listo para escuchar cuentos.
En la sala no están solos. De esta mágica reunión participan algunos vecinos: los chicos de Toti la kiosquera, la señora gordita del segundo piso, el encargado del edificio, la nena pelirroja del primero… y yo, que jamás falto a la cita. ¡Menos mal! Si no, ¿quién les hubiera contado este cuento?
Firma:Victoria
(la pulga de la oreja izquierda de Evaristo)
por Vivi García
E
Catalina Bahía
Mimo & Roll