Qué fácil es recurrir a las entrañas cuando no sabes ponerle nombre al
dolor que sientes.
Porque dices “sangre, madre, muerte” y la gente se estremece.
Dices “mientras dormías tu novia perfecta lloraba pensando en la llegada
inminente y provocada de su propia muerte” y la gente lo siente.
Lo difícil es decir “televisor, coche, cepillo de dientes” y que la gente
entienda más allá del nombre, de la imagen, de la propia gente.
Que la gente entienda que cuando digo “salsa” digo “escapatoria” y que
cuando digo “cerveza” busco “horca”.
Lo complejo es decir “deja de sacarte la pelusa del ombligo y deja de
mirarla como si fuese tu hijo porque tu hijo es esto que está aquí y más
vale que te acuerdes de mi próxima regla si no quieres perderme”.
Mierda, he dicho regla, he dicho sangre, he dicho muerte.
Y eso la gente lo entiende.
No puedo decir la verdad porque entonces se creen que mientes.
Y cuando miento, se sorprenden.
Y si miento es para no decir que soñaste conmigo una noche cuando me
pediste que me quedara y me quedé, porque siempre me quedo,
mordiendo cristales para evitar salir corriendo.
Porque siempre me quedo haciendo creer que miento.
Y no miento pero lo que hago es callarme y nunca digo “mi sangre, mis
dientes, mi vientre” porque eso es lo único que la gente comprende.
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