pesaba el corazón de una
persona contra la pluma de
Ma’at, la diosa de la verdad;
y si el corazón era impuro,
Amemait lo devoraba y la
persona bajo juicio no podía
continuar su viaje hacia Osiris
y la inmortalidad. Una vez
que el Amemait devoraba el
corazón, esa alma quedaba
condenada a permanecer
vagando por siempre en el
inframundo; lo que también
se conocía como “morir una
segunda vez”. El Amemait
también vivía cerca de un
lago de fuego, en el cual los
corazones a veces eran
arrojados para ser destruidos.
Al Amemait no se le
reverenciaba, pues de hecho
representaba todo lo que los
egipcios temían; una criatura que los amenazaba a
permanecer sin descanso.
La aparición de este tipo de
seres en la mitología egipcia
tuvo lugar durante la época
predinástica. En aquella
época, los sacerdotes de los
templos sagrados principales
divinizaron aquellos fenómenos naturales que les desconcertaban, o infundían temor
y las asociaron a divinidades
que dotaron con las características de ciertos animales,
y los representaron con
forma humana pero conservando sus rasgos zoomorfos.
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