El 14 es mío
Un atentado contra la seguridad
Según las Normas de Competición de la
Federación Insular de Baloncesto de
Tenerife (FIBT), “Los equipos que no se
presenten a un partido tienen hasta las
12.00 horas del martes siguiente al de la
fecha designada para la celebración del
partido y/o por defecto un límite de 48
horas para presentar las alegaciones
pertinentes, si no se les dará de Oficio el
partido por perdido por 20-0, sin perjuicio
del resto de sanciones que aplique el
Comité de Competición al amparo del
Reglamento vigente”.
En otras palabras, si tu equipo juega en Santa
Cruz de Tenerife, un sábado, a las 10.00
horas, en una cancha descubierta, debes
presentarte allí sí o sí con tus jugadores y
entrenadores, independientemente de que
haya
condicionantes
externos
que
desaconsejen el desplazamiento. Si no vas, se
valorará como incomparecencia y acabarás
perdiendo el partido y casi seguro recibiendo
una pequeña multa por parte del Comité de
Competición.
Y no culpo a la Federación de esta norma.
Sólo digo que debe puntualizarse o revisarse.
Me explico: El pasado viernes, después de una
semana en la que había llovido, y con
intensidad, reviso el parte meteorológico. Para
variar (ironía modo on), indica que el sábado,
fecha de mi partido en el colegio María del
Carmen de Tegueste, de cancha descubierta,
también va a llover toda la mañana.
Me pongo en contacto con Pedro Bacallado y
Juan Elesmí para proponerles jugar el
encuentro en el Pabellón de La Matanza, a las
12.30 horas, asegurándonos así, al menos,
jugar el partido. El problema, según me
comentan, es que algunos de los niños de
Tegueste no pueden a esa hora. Mi respuesta,
sin reprocharles nada a los amigos
teguesteros, que siempre se han portado
‘chapeau’ con nosotros: “Pues nada,
bajaremos para no jugar”.
Tal y como nos adelantaba el parte
meteorológico, lluvia intensa en el norte en
la jornada sabatina. Recogemos a los
niños y cogemos los coches para ir hasta
Tegueste donde, sabemos, no se va a
jugar el partido. Después de superar una
retención
en
El
Sauzal
por
desprendimientos en la autopista, vamos
con cautela hacia el lugar de destino, al
que llegamos a media hora de empezar el
partido.
Curiosamente, allí está nublado y la
cancha ligeramente mojada, pero se puede
jugar. Calentamos y empezamos. A los dos
minutos, caen las primeras gotas, y al final
del primer cuarto tenemos que retirarnos a
vestuarios porque cae un diluvio de quita y
pon. Volvemos a la cancha y a poco del
descanso vuelve a llover con mucha
fuerza, tanto que ya no se puede reanudar
el partido.
Y uno se pregunta, después de todo esto,
¿valía la pena presentarse a un partido que
todos sabíamos no se iba a poder jugar?
¿Merecen los dos equipos, con niños de 10
años, y los árbitros, ponerse en peligro (hablo
del desplazamiento) por un encuentro de
baloncesto de categoría preminibasket insular?
¿No sería mejor adelantarnos a los
acontecimientos y fijar otra fecha en la que
nadie ponga en juego su seguridad?
Es sólo un ejemplo de los muchos que se
vivieron este pasado fin de semana, casos en
los que se constata que la normativa debe
resultar más flexible, entendiendo, eso sí, que
existe un calendario muy apretado y un
estamento
arbitral
muy
limitado
(cuantitativamente hablando). La seguridad de
nuestros niños es lo más importante, y si
sabemos que un partido no se va a jugar
porque la cancha está anegada, debemos
establecer -con la conformidad del árbitro,
evidentemente- una regla que permita al
equipo local avisar al visitante para que no se
desplace. Y es que ya lo reza el dicho: “Mejor
prevenir que curar”.
@victorhdez1441