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En uno de los capiteles de la Basílica de San Prudencio de Armentia (Vitoria-Gasteiz)
se puede aprecia una mujer enseñando el trasero situada tras una enorme vulva.
El senderista desciende hacia el Valle y se acerca a una ais-
lada ermita cercana a Zalduondo (Araba). Curiosea por su pe-
rímetro y de pronto se muestra perplejo aunque pronto
comienza a sonreír. Allí, cincelado en un canecillo, un hombre
muestra abiertamente sus genitales. ¿Es posible semejante fi-
gura en una iglesia católica de hace diez siglos?
Obviamente, la respuesta es sí. El románico se desarrolló
entre los siglos X y XII e incorporó a su variada iconografía re-
presentaciones eróticas y reproductivas que en la Península
Ibérica encuentran su mayor expresión, allí donde confluyen las
tierras de Burgos, Cantabria y Palencia. En Euskal Herria su im-
pronta fue menor, pero aún así, quedan algunos bonitos ejem-
plos del mismo, como luego se verá.
Parece extraño poder ver en iglesias, ermitas o monasterios
representaciones explícitas de los genitales humanos, de coi-
tos o de comportamientos “lascivos” según la mentalidad de
aquel tiempo. Y la pregunta que se hacen los estudiosos es:
¿Por qué?
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