ajar es menos agotador pero es más peligroso. El camino es estrecho y una mala pisada puede significar una caída mortal o serias lesiones. “Para eso mismo es la práctica, debes ir vivo vivo”, bromea Juan. El paisaje de regreso, con la tranquilidad de haber sobrevivido al frío, arrolla: los campos, las vicuñas, caballos y conejos salvajes se pasean libremente. A las 18:00, Cuatro Esquinas recibe a los hieleros con un atardecer naranja intenso. Baltazar es feliz y no duda en repetirlo. Aunque su historia es conocida en todo el mundo, su estilo de vida humilde no ha cambiado. Le sigue gustando el tostadito, las habitas y el locro de papa, el chapito. Lo que sí ha adquirido es más conocimiento; ahora sabe leer y escribir, además, se desempeña como guía turístico en el Municipio de Guano. Para Juan, en cambio, el camino apenas se inicia. Sabe que su oficio no es bien pagado: más de 11 horas generan un máximo USD 30, con suerte. Pero a él, lo que le seduce es conservar un oficio centenario y descubrir los misterios del Chimborazo y de esa figura que, según cuentan las leyendas, aparece en las alturas con una enorme barba blanca, lista para educar a sus descendientes. -¿Por qué ser hielero, Juan? -Quiero ser hielero. Me gusta ser hielero, es mi herencia. Es un trabajo peligroso, el camino es malo a veces y si me caigo, no hay quién auxilie; si me quiebro el pie, no hay quién ayude. Y no quedará más que seguir pataleando (ríe) Pero como dice Don Baltazar, hay que trabajar hasta que el cuerpito alcance… La despedida es corta porque, de por medio, hay un promesa pendiente: una nueva ascensión acompañada, esta vez, por unos traguitos de pájaro azul como suplemento energético, alimentado con el hielo que lleva impreso sus nombres.