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80 79 Fig. 14. Athanasius Kircher, Ars Magna Lucis, Ámsterdam, 1671. “El mecanismo de la aorta hace más ruido aún que el ascensor, el engranaje de sus ruedas es fuego, despertar: tipografía de las sensaciones primarias, demasiado simple como para ser descifrado tan rápido por los capitanes de la ciencia. Mi querido Picabia: “Vivir”, sin más. Bailar telegráficamente sobre dentaduras metálicas. O enmudecer sobre la línea equinoccial para descubrir en cada instante —perpetua mobilia— que hoy es hoy”. Tristan Tzara 1 En la pintura clásica, al menos desde el último gótico tardío del norte o el quattrocento del sur, la transparencia era sinónimo de veladura , exclusivamente un recurso técnico de representación; sin que se sepa bien cómo a partir del surgimiento de la vanguardia histórica se convirtió, en asunto estético e incluso político. La Glass Arkitektur, en la que se pretendía que todo quedara a la vista, sin trampa ni cartón, fue un sistema formal de configuración, pero también un reflejo —en vidrio o en espejo— de la democracia parlamentaria en el campo de la arquitectura y el urbanismo 2 . Y a través de Kandinsky, Moholy- Nagy o Man Ray, la transparencia se trasladó con enorme éxito al terreno de las artes plásticas. A pesar de ello, no todo fueron buenas maneras democráticas y claridad; la transparencia tuvo también su vertiente irónica, incluso sarcástica. ¿Se pueden hacer bromas sobre un asunto tan serio como la transparencia, ese mecanismo que derriba los muros de la visión, la opresión de la opacidad y el oscurantismo? Al parecer sí, Francis Picabia le dedicó a este asunto varios cuadros en el período comprendido entre 1927 y 1929, en los que figuraban españolas, toreros, vírgenes, emblemas heráldicos y frescos románicos apocalípticos. Estos cuadros mostraban una transparencia mala , envenenada; la que emborrona, la que presume de dejar todo a la vista pero nada aclara. Por no ser, el cuadro ya ni siquiera es una imagen estable —un discurso directo y claro, aunque su fondo fuera oscuro— y se empieza a parecer a un depósito de imágenes inconscientes, una especie de alzheimer visual, un revoltijo informe, una basura. La transparencia democrática —la glásnost— se convirtió, con Picabia o Duchamp, en una impostura. Quizás porque ambos, ya en los años veinte, pudieron imaginar que una alta dosis de transparencia podrían cristalizar en vigilancia y control visual. En un poema que Picabia publicó en su revista 391, Demi cons, algo así como medio imbéciles o imbéciles a medias, lo cual quizá es peor, el pintor declamaba o quizás sólo susurraba: “Le monde est pour moi pétri de bon goût et d’ignorance _________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________ 1 Tristan Tzara, Prefacio para Unique Eunuque de Francis Picabia, Au Sans Pareil, París, 1920, pág. 13. Ver Martí Peran, Glas-Kultur ¿Qué pasó con la transparencia? , catálogo de la exposición en el Koldo Mitxelena Kulturunea, San Sebastián y La Panera, Lleida, julio de 2006 - julio de 2007. Sobre el aspecto coercitivo de la transparencia, ver Michel Foucault, Vigilar y castigar , Siglo XXI, Madrid, 1978. 2